Oscar R. Ruiz

(en algún lugar tengo que poner y mostrar lo que escribo. Hasta ahora, no encontré uno mejor que éste)

El blog de Oscar Ruiz

29/10/11

SOBRE "EL ARGENTINO" UN SABADO MAS


La mañana de sábado esta fría  y ventosa -asunto meteorológico extraño, el calendario marca veintidós de Octubre-. Un poco más tarde que de costumbre y algo golpeado, consecuencia de la trasnochada de ayer, muevo  rumbo a  El Argentino.  En algún  momento que no puedo precisar con exactitud -dos o tres meses atrás-  se instalo en mi  una   convicción :  El olor de las viejas mesas de madera  y los tangos que flotan en el aire, me ayudarían  a  recordar vivencias de mi infancia y adolescencia.  
Traspaso la puerta pintada de rojo, ¿amuleto contra la envidia? , y saludando   relojeo  rápidamente el  ambiente.   
Mi mesita mistonga , la de siempre, la que esta pegadita a la vidriera  desde donde veo la cúpula de la capilla de Nuestra Señora del Huerto,   esta mañana está ocupada por un cuarentón  largo,  pinta de gilum aporteñado, vestido apendejadamente,  y a juzgar por el marquerio  de la ropa  que lleva y  el BMW estacionado en la puerta, con billetera  importante .  Se ve desde  lejos que pretende  lucirse  con  La Señorita de Turno, haciendo gala de ser un gran descubridor de tesoros  tangueros escondidos en la Perla de Mar del Plata. La verdad es que desentona un poco con el lugar.  Que le voy a hacer – pienso-  Me jodo por llegar tarde.
En la mesa del recuerdo, hoy ampliada, hay un artista joven –seguramente músico-,  acompañado  por su  hijo o sobrino y  además está sentada también la periodista de espectáculos  del  diario local.   En la otra mesa grande que  da sobre España también hay varios clientes  que no he visto en otras mañanas de sábado. El “Facha” Facundo  hoy no vino a desayunar. Y a pesar del viento, hay dos amigos tomando cerveza en la mesita de la vereda
En la única mesa  libre que puedo conseguir,  el Polaco me canta al oído,  Diego me custodia como un granadero y el tordo Leloir  con el delantal  roto y su pobreza de laboratorio, me da la espalda pensando en vaya a saber qué cosa de los nucleótidos de azúcar.  Le pido a  Agostina -la encargada  de la mañana-, un  café doble apenas cortado con leche fría  y dos medialunas saladas. Me acomodo, desparramo la carpeta  y los papeles sobre la mesa.
El gilum aporteñado,  okupa de mi mesa, sale a buscar algo al BMW. Vuelve enseguida con un paquetito envuelto para regalo que le entrega a La Señorita de Turno, al tiempo que le dice algo al oído, provocando su alegría explicita.
El artista joven empieza a repartir, a pedido, fotos de él. Algunos le  piden que las autografié  y  al darme cuenta, por sus gestos inequívocos, que no tiene lapicera  le acerco  la mía, ya que por ahora no la uso. Agradecido  el  joven me ofrece una foto  firmada,  a modo de trueque, lo cual declino amablemente.  
Me llama la atención que esta mañana  El argentino rebosa  de  movimiento, tanto  que ni puedo escuchar el  tango de fondo que suena bajito  ¿ansiedad o emoción previa a las elecciones?  Quizás, No lo sé.  Tengo la sensación  de que  las voces están más altas que otros sábados,  o ¿seré yo?. Ante lo inevitable  me pongo a mirar los retratos  que, en un desborde de argentinidad  tapan prácticamente  toda la pared principal del bar.   La mezcla  increíble de personas y personajes  poblando  ese pedazo del  bar  es una radiografía casi perfecta de la composición genética del  ser nacional :  Hay de todo y para todos :  desde Actores, Políticos y Ex Presidentes a Combatientes Revolucionarios, Cómicos y Escritores ,  hasta un mapa de las Islas Malvinas  , todos mezclados  compartiendo el mismo lugar y espacio de tiempo .  Antinomias y Acuerdos.  Héroes y Miserables.  Es bastante loco, igual que nosotros y tiene mucha lógica. “igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches”  canta desde la foto Discepolin. 
Levanto la vista para ver por la vidriera que da a la calle Ayacucho, y me choco con mi propia imagen reflejada en el espejo ovalado que está justo enfrente mío y a la altura de mis ojos. Un poco más arriba y a la izquierda del espejo (que, de la manera en que estoy sentado es mi derecha ) está la  foto de Cortázar , fumando un pucho.  Está de perfil hacia su izquierda -como corresponde a Cortázar-  y de espaldas a mi reflejo  “espejado”. La imagen me resulta simpática, me hago la ilusión que mi retrato también esta en la pared de la fama argentina, aunque Cortázar dándome la espalda parece que me dijera “pibe cuanto te falta”…
La voz aguda de Agostina  sobresaliendo sobre las demás, avisando  que a la noche está cerrado por “elecciones” me rescata de mis pensamientos trayéndome.  Dejo pasar el tiempo mansamente esperando  que en el Bar se  vaya calmando el ambiente y los decibeles bajen para poder concentrarme un poco.
            Recuerdo que la noche  anterior estuve aquí mismo , disfrutando de candombes,  canciones de ésta y de la otra orilla, y algunos tangos,(interpretados por  el Pato y el dúo de compañeros de equipo de manera excelente) y entonces descubro que el hecho de estar con una mediatez de a lo sumo  diez horas de diferencia, -entre la noche y la mañana-, en el mismo lugar,  pero tan diferentes uno del otro  me provoca  una  sensación rara.  Es un Deja Vú incompleto, como estar en una película con el   mismo decorado  pero filmada  por dos directores diferentes.  El lugar parece igual  pero no es igual. El director es el mismo, se nota en la mano, pero no es la misma película, ni los actores ni la trama.  Es extraño… la magia de El Argentino parecería que está durmiendo la mona , pero sin dudas aún está presente , reposando en un rincón o detrás de algún retrato, para despertarse cuando cae el sol, igual que –para hacerle honor al dueño- los vampiros.  Hago un ejercicio mental y juego como cuando era chico  a descubrir las  siete diferencias:  Acá van
–La media luz  cálida y confidente en la noche, mérito de las lamparitas amarillas,  deja lugar a la luz del sol  a pleno.
–El calor de la gente, amontonada y con espacios limitados  se libera en un ir y venir de habitués con  puertas y ventanas abiertas al aire fresco de la mañana.  
–El  perfume nocturno de gata en celo y cazador furtivo, se convierte en  olor a  café  y medias lunas calientes.
–La relación 8 a 2 hombre-mujer por la mañana, trueca a la noche en un 4 a 6  chabon-percanta,  para fortuna y alegría de los cazadores nocturnos. 
–El silencio respetuoso hacia los músicos y su arte  de la noche se reemplaza por  el  ruido de diarios al hojear,  chistes , charlas amenas,  y las sillas que se mueven casi permanentemente. 
–De día : El barrio es Barrio,  pero a la noche  es estampa de Tango. 
–La voz grave y radioteatral de Robles sube su escala tonal hasta convertirse en la aguda de Agostina, o viceversa.
           Lo único que permanece igual,  flotando por encima de todo y de todos,  es El Tango; siempre el Tango ,  de día o de noche, excelentemente cantado, tocado, acariciado, sentido, admirado, mimado por hombres y mujeres.   
             Todo esto me lleva indefectiblemente a preguntarme  ¿En qué momento El Argentino se metamorfea y pasa de ser el café  pintoresco, mistongo  y coloquial del barrio La Perla , al  Bar  canyengue y compadrito?  Estoy seguro que es  a esa hora donde el hielo se amalgamó con el whisky, la cerveza se entibió y los gatos negros se fueron a dormir.  Sí , debe ser así  porque  recuerdo un  jueves que, cerca de las cinco de la mañana y en busca de un café salvador, pasé por la puerta y el bar ya estaba cerrado, no había absolutamente nadie en la calle, ni autos estacionados,  las persianas de El Argentino estaba a medio bajar, pero juraría que se veía el reflejo de un velador prendido al fondo, y si se hacia el esfuerzo, pegando muy bien la oreja a la cortina metálica, se escuchaba un tango: de a ratos cantado, de a ratos  silbado, bajito y querendón, también algún ruido de copas al chocar pero nada más.  No le di mucha bola y vencido por el cansancio me fui a prepararme unos mates y a dormir.       
            El aporteñado con  ropa de pendejo, se vá con su mano en la cintura de la señorita de turno, ambos se suben al BMW  y salen  con  rumbo desconocido (por lo menos para mí, seguramente él sabe muy bien adónde va) 
            La mesa del recuerdo empieza a desarmarse, y los muchachos se despiden hasta el sábado que viene.
            Miro el reloj  y ya es bastante más allá del mediodía, el murmullo baja de volumen, y se puede, ahora sí, escuchar clarito el bandoneón  de Pichuco, el bar  empieza a vaciarse un poco porque la gente se va a almorzar.
             Y es lo que también voy a hacer yo .
Oscar Ruiz
10/2011

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