Oscar R. Ruiz

(en algún lugar tengo que poner y mostrar lo que escribo. Hasta ahora, no encontré uno mejor que éste)

El blog de Oscar Ruiz

12/9/13

El relato del mes : SETIEMBRE

Tarde ideal para leer un poco, hace frio, llueve y estamos cerca del fin de semana.  
Al contrario que otros meses, donde todo era una duda y una nebulosa indecisa, para el veinte de agosto ya tenía decidido el relato del mes que subiría en setiembre. Desde esa fecha sentí la necesidad (por alguna extraña razón que no pienso cuestionarme ni mucho menos. Desde hace algún tiempo aprendí a aceptar mis intuiciones y seguir mis pequeños impulsos), de mostrarles un relato que escribí hace ya un par de años, creo que en 2011 y que está incluido en mi libro  “Pequeños Homenajes”.
Quizás la muerte me ronda, cosa extraña en el mes en que todo renace y florece, aunque si lo pienso bien no es tan extraña,  ya que para que algo renazca, previamente debe morir. O quizás es un homenaje a esos tipos que dedican gran parte de su energía y vida a escribir, esos personajes tan  excelentes como  desconocidos que abundan por estos lares. O quizás  solo es una manera muy simple de demostrar la admiración hacia  el ingenio y  la inteligencia de uno de los tipos del barrio y  no es tan desconocido: el Sr. Alejandro Dolina, vaya uno a saber. Lo que sí sé , es que el relato de este mes  es una obra literaria de tranco corto pero de largo alcance. Ojala la disfruten al leerla , tanto como hice yó al escribirla
Hasta el mes que viene.   

EL TRATADO DE HUMBERTO HALABI
El modesto cartel pegado a la puerta de la biblioteca barrial,  sobre la avenida Jara —hoja A4 escrita en computadora, letra Arial 72—  dice solemnemente:  “Hoy 16 Hs. - El  Tratado de Humberto Halabi. -  Su obra maestra.-  Conferencia a cargo de Oscar Ruiz”.
Reconozco que despertó mi curiosidad de escritor. Jamás había oído hablar, en las reuniones literarias a las que asisto, de un tal Humberto Halabi, y mucho menos de Oscar Ruiz. Su obra me resulta desconocida, y eso, en un escritor que se jacta de haber leído a casi todos los autores latinoamericanos publicados en los últimos diez años es casi imperdonable.
 Cuatro y diez. Tengo tiempo,  mi cita es a las siete.  Entré.  Salón modesto,  no más de veinte o treinta sillas dispuestas en filas de a cinco, con un escritorio al frente.  Me siento en el fondo, sobre el pasillo, por si el aburrimiento me obliga a irme rápido. Detrás del escritorio,  dos hombres sentados.  El que habla, está haciendo las presentaciones del caso. Calvo,  sesenta o sesenta y cinco  años,  lentes de aumento bastante considerables, un saco que huele a naftalina y juega permanentemente con una lapicera entre sus dedos.  El otro —el tal Oscar Ruiz—  tendrá alrededor de cincuenta y tres ó cincuenta y cinco años,  morocho, barba canosa tipo candado y regordete. Me llama la atención —para su edad—  la falta de canas y el peinado engominado, totalmente obsoleto en esta época.   Agradeció las palabras del primero  y comenzó la charla : 
Buenas tardes. Humberto Halabi abrazó las letras desde pequeño. No tenía aún veintiún años y  ya  contaba en su haber con una extensa lista de composiciones literarias, que abarcaban prácticamente todos los géneros. Había escrito poesía dramática, comedia, tragedia, lírica, hasta un sainete y una oda. Utilizó las formas de sonetos, romances y coplas. Escribió en prosa, libre o pentasílábica. Cuentos y narraciones, ensayos metafísicos, notas de interés y artículos filosóficos sobre cuestiones existenciales  para  el mensuario del club de barrio.  Publicó,  con otros escritores,  un par de antologías de mixtura extraña, en lo que fue su mayor logro hasta ese momento. También y a pedido de  los comerciantes de la cuadra escribía  los textos para la publicidad de los negocios con una prosa florida y en rima que a las vecinas les encantaba.
El lunes de su cumpleaños número veintiuno — veinte  de Mayo—  sentado en el banco de la plaza Peralta Ramos —su barrio de siempre—  Humberto Halabi cayó en la cuenta,  que tenía una gran materia pendiente.  Jamás había escrito una sola línea,  referida a lo más importante y trascendente que ocurre en la vida de una persona, y el solo hecho de tomar  razón de esa falencia despertó en él la imperiosa necesidad de subsanarla.   
¡Es hora de empezar a escribir sobre la muerte! ¡Qué mejor momento para escribir sobre la parca que cuando uno está lleno de vida!  Mejor conocerla y fraternizar con ella. Tratar de caerle simpático antes de que venga a visitarme. Uno nunca  sabe” . Razonó con lógica impecable Humberto.    
Como  hombre de acción, entusiasta , esa  tarde se abocó a la tarea que él mismo se había encomendado. Invirtió  en un cuaderno, para dedicarlo exclusivamente a su nueva obra literaria.  Comenzó a esperar la inspiración y al ver que ésta se demoraba,  empezó  a confeccionar la ficha y escribir las primeras notas de lo que sería su relato sobre la muerte. Era un escritor muy profesional con  método y estructura.  A partir de ese momento buscó, recabó y leyó todo lo que encontraba a su paso sobre la temática que iba a abordar.  De esta etapa de su vida literaria proviene la influencia —innegable— que en él ejercieron los libros y la manera de escribir del polígrafo  árabe Manuel Mandeb.
A medida que avanzaba  el  proceso de creación de su —,hasta ese momento—  historia narrativa, se fue consolidando en él la idea de realizar una obra magnífica y que lo trascendiera .  Decidió entonces que en lugar de un simple cuento que hablara de la parca, escribiría un tratado  donde consideraría absolutamente  todos los aspectos de la  muerte. No sólo eso. Se propuso además que sería el mejor tratado jamás escrito en toda la existencia de la humanidad. Eligió, por considerarlo simple y contundente, el título :  “Manual de la muerte”.  En ese momento y debido a su juventud no se preocupaba por las cuestiones menores como la edición, impresión, publicación, comercialización y algunos  aspectos legales. Cuestiones que consideró  superfluas.
Dividió su obra en tomos,  y éstos a  su vez  en capítulos acorde a la temática y enfoque que correspondía. Al momento de su desaparición sabemos fehacientemente que había escrito ocho tomos totalmente terminados y el noveno estaba en proceso de elaboración.
De más está decir que semejante obra ciclópea, no encontró editor dispuesto a publicarla completa. Pocas personas han tenido el privilegio de conocer este tratado en toda su extensión y magnitud.  Después de una intensa y trabajosa búsqueda contactando vecinos y familiares pude acceder a ella, en forma parcial, es cierto, pero suficiente para que el mundo pudiera conocer la valía de su trabajo.  Debo comentar que Humberto Halabi,  usaba  sólo su cuaderno y su lapicera, luego tipeaba el mismo sus hojas  con su Lexicón 80. Se resistía empecinadamente a utilizar cualquier medio de almacenamiento o soporte informático para sus escritos, a  pesar  que  para los últimos años de su existencia, ya se habían desarrollado y generalizado.
—¿Y la obra?. Lo interrumpió a viva voz, una señora mayor,  petisita y canosa, con aire  galicio,  sentada en la fila cuatro  junto a  dos mujeres un poco mayores que ella. Las tres  muy arregladitas para la ocasión.
Allí  voy, dijo Ruiz (aprovechando la pausa para beber un sorbo de agua).  Sin  demora, comentaré los ítems más relevantes del tratado escrito por  Halabi durante casi sesenta y seis años de su vida. 
Del Tomo I del Tratado, titulado “Las diferentes maneras de morir”, sólo se imprimieron dos ejemplares. Se supone que fue por donde Halabi  comenzó su titánica obra. La calidad literaria del mismo es un poco inferior al resto de la obra. Alcanzó a enumerar  dos mil doscientos cuarenta y ocho formas diferentes de morir, con una explicación somera de cada una. Averiguaciones posteriores me permitieron confirmar que al llegar a este número,  Humberto se dio por satisfecho y comenzó  lo que, al tiempo se convertiría en el tercer tomo.  En 1970 confesó a su más entrañable amigo,  D. Olina  que había descubierto doce maneras nuevas, que nunca escribió en el Tratado  —Humberto no corregía ni modificaba sus obras. Nunca—. En 1976, urgido por aspectos económicos menores, —debía comer y pagar la factura de gas—, vendió a una productora de televisión norteamericana los derechos. La productora realizó una serie de programas algo bizarros, titulados “Las 1.000 maneras de morir” de escaso éxito. Con el dinero del anticipo cobrado Halabi  imprimió los dos ejemplares del  tomo. 
          El  segundo Tomo, titulado “El tratamiento de la muerte a través de la historia y en las diversas culturas”  es uno de los más extensos.  En él Humberto Halabi se explaya sobre el trato que se lé dispensó a la muerte tanto en los distintos  periodos históricos como en las diferentes culturas. Dividió el tomo en capítulos dedicados a las edades - Prehistoria, Media, etc. – y a las culturas – Precolombinas, Orientales, etc. y éstas a su vez subdivididas por continente.  Se destaca, por sobre los demás, el capítulo dedicado al tratamiento de la muerte en el futuro, uno de los más creativos y anticipatorios de toda la obra.  Este magnífico tomo, —detalle importante de mencionar— , se logró imprimir  gracias a  colaboración de vecinos, amigos  y comerciantes del barrio  que  rifaron en Diciembre de 1990,  un lechón asado y una canasta navideña . Con el producido de dicha rifa, solventaron el costo de la imprenta.
El tercer tomo, sin duda el más importante de toda la obra, está dedicado a la artes, y precisamente lo tituló “ La muerte en las artes”  En él,  Humberto Halabi desarrolla en extenso el tratamiento de la parca, a través de diversas expresiones artísticas,  como la Pintura, la Literatura, la Música, pasando por el Cine, el Teatro y hasta el Relato Deportivo, actividad que Humberto sin lugar a dudas consideraba un arte. Destaco especialmente, los textos dedicados  al cineasta Enrique Argenti y su particular manera de representar a la muerte;  la famosa Exposición de Olores que el pintor Lucio Cantini realizó en  1965 donde logró identificar y reproducir exactamente el olor a la muerte; el magnífico Héctor Bandarelli, quien en noviembre del año 2001, relató por radio su propia muerte mientras transmitía la final de Kimberley – Cadetes de San Martín  y por supuesto la poesía de Jorge Allen referente indudable sobre estos tópicos,  junto a los hombres sensibles de Flores.  Este tercer  tomo,  completo y original, tipeado en la Lexicon 80, estaba en poder del Sr. D. Olina, quien lo facilitó para que saliera a la luz  y se hiciera justicia con la obra de quien fuera su entrañable amigo. 
Por último tenemos al  Tomo IV “ Esoterismo y simbología”. Conociendo  la fascinación que  Humberto tenía por las ciencias ocultas, es comprensible la creación de todo un tomo sobre esta temática.  Algunos puntos tratados en forma sublime son: Simbología - ¿Existe algo después de la muerte? - La figura de Caronte en la divina comedia del Dante  - Los chamanes y los brujos de Chiclana: sus potajes  mágicos - La manzana como vehículo de embrujamiento fatal: El caso de la Bella durmiente, - Los velorios, la epilepsia, y otros mitos urbanos - Las cartas del  tarot, y otros procesos adivinatorios .  Este tramo del “Manual de la muerte”   fue el más difícil y trabajoso  de reconstruir , sin dudas, y no precisamente por su carácter oscurantista.  Se debió a que, hubo que recuperar los textos originales que se encontraban en poder de  allegados, familiares, amigos y afectos de Humberto, hasta poder armar nuevamente los capítulos . Parece ser que  —hombre aferrado a las cuestiones sociales impuestas—  no podía presentarse en algún acontecimiento al cual lo hubiesen invitado, cena, cumpleaños, fiestas navideñas, aniversarios, o velorios , sin llevar un presente, una atención o un regalo.  Dada su magra situación económica que no le permitía ningún tipo de exceso , optó sencillamente por regalar a sus anfitriones ocasionales los originales escritos con la Lexicon 80.   
Los tomos cinco a  ocho  y el noveno en proceso no los pude hallar, aunque continúo  con el esfuerzo por encontrarlos. Todos los indicios  hacen suponer que todos o gran parte de ellos han sido destinados a alimentar la salamandra, única forma de calefacción de que disponía Humberto ante los crudos inviernos que debió soportar en sus últimos años.
    Cuentan los vecinos del barrio de Estación Norte que una mañana, transcurridos ya del nacimiento de Humberto Halabi  ochenta y seis años, ciento cuarenta y ocho  días, nueve horas y diez minutos tocaron  a la puerta de su modesta casa.
Después de saludarlo, el visitante lo invitó cordialmente a mostrarle  todo lo que desconocía para poder terminar su manual.  Humberto tomó su abrigo marrón espigado y se fue con él. 
Muchas Gracias y buenas tardes