Llego del cole como una tromba y me abalanzo sobre los milanesas con puré que preparó Mamá, no sin antes hacer la parada obligada para lavarme las manos. En el noticiero de la tele están pasando la noticia de un presidente de no sé dónde, que iba al lado de su mujer en un auto sin techo. Le pegaron tres tiros unos tipos escondidos y lo mataron. Muestran a la gente llorando por la calle. Prefiero los Tres Chiflados que empieza en un ratito
Devoro las milangas para poder ir a la Canchita a jugar el picado de todos los mediodías, antes de tener que hacer los deberes. Ya están sentados en el paredón roto el Tano, Miguelito y el Ciego.
Convierto el trío en cuarteto y esperamos al Gallego, y no precisamente porque el Gallego sea bueno para jugar a la pelota. Nó, nada de eso, lo que pasa es que esta semana a él le toco llevarse a la casa la “pulpo” que pudimos comprar con los vueltos “olvidados” de los mandados. De paso, si la vieja arpía de Coca nos sigue secuestrando las pelotas, nos va a fundir, pero esa es otra historia.
La cosa es qué, casi era la una de la tarde y el Gallego no aparecía.
Seguro que algún despelote hizo y la Gallega lo tiene castigado -dijo el Ciego. Qué cagada con las ganas de jugar que tenía.
Sí y encima hay un solcito bárbaro, -comento Miguelito - , como para no perdérselo, en un rato nos cagamos de frio.
Aburrimiento total, tirábamos piedritas, pateábamos pastos, hacíamos dibujitos en la tierra, hasta que Miguelito como para llenar el silencio dijo: Ché falta poco para San Pedro ¿Qué hacemos?
El año pasado –dije - hicimos a Bartolo y estuvo buenísimo.
Bartolo fue un muñeco tipo espantapájaros, armado con diarios, cartones y ropa vieja, le metimos adentro unos cohetes que pudimos conseguir, y lo prendimos fuego. Desde que me acuerdo en el barrio para la fiesta de San Pedro y San Pablo, se armaban unas fogaratas bárbaras en la calle, y decían las viejas que se quemaba la yeta y la mala suerte, además, y eso era lo mejor, podíamos jugar hasta tarde y al lado del fuego.
¿Cuándo es? - preguntó el Tano.
- El veintinueve, - dijo Miguelito. Tenemos que conseguir algunas gomas viejas.
- Yo tengo una gomería cerca de casa- dijo El Tano, que vivía cruzando Colón y aunque en realidad era de otro barrio, se había pegado con nosotros.
-Eso, mucha gomas, tenemos que hacer una pila inmensa -se prendió el Ciego, siempre el más quilombero de todos y que también vivía del otro lado de Colón cerca de la casa del Tano.
Nos miramos los cuatro. No había nada más que decir y salimos a avisar al resto de la banda para juntarnos en el potrero después de tomar la leche. A Roberto y El Bataraz les avisaría Miguelito, que vivía para el lado de sus casas. A los hermanos Scorcielo y a Guillermo -el primo de Buenos Aires de Bibí, la de la carpintería-, les avisaba yo. El Tano le avisaba a su primo, El Corcho, y quedaba colgado el Gallego. Ese trámite se lo encajamos al Ciego. A esa hora tocar timbre en la casa de los viejos del Gallego era complicado y teniendo en cuenta que no había venido al potrero a jugar, era casi seguro que la Gallega estaba encabronada.
Esa misma tarde y en reunión plenaria (aplicando el “pan y queso”) armamos dos grupos y marcamos –como hacia el Sargento Saunders, en Combate- el área por donde nos moveríamos para conseguir cubiertas viejas.
El equipo del Tano, integrado por, obviamente el Tano, el Corcho, el Ciego, Guillermo y Yo. Nos tocaba caminar un rectángulo marcado por las calles Brown, San Juan, Luro y Jara
El otro grupo , liderado por Miguelito se completaba con el Gallego, los hermanos Scorcielo , Roberto y el Bataraz, tenían la zona delimitada por las calles Falucho – San Juan – Alvarado y Jara
Recorrimos todas las gomerías mangueando cubiertas rotas y viejas: las que conseguíamos las llevamos a la canchita y las metíamos, tapadas por los pastos, atrás del arco del fondo.
Todos los días, desde la hora de la siesta hasta la hora de la leche, las brigadas iban y venían haciendo su tarea en forma impecable. Faltando unos días para el festejo de San Juan, distribuimos los encargos para conseguir los elementos faltantes: maderas, fósforos, querosene y diarios. Yo debía encargarme del kerosene, lo cual era muy fácil. La abuela me mandaba siempre a lo de Márquez a comprarlo para la estufa Fogata de casa, solamente tenía que pasar algunos litros del bidón a las botellas de vidrio y dejarlas en el potrero escondidas antes de llegar a la casa de la Abuela, total ni se iban a dar cuenta. El Tano traería los fósforos porque era el único en esa época que fumaba y los demás los diarios y las maderas.
Se acercaban los días para San Juan y la cantidad de gomas que conseguíamos iba en aumento
Habíamos conseguido de todo desde cubiertas de bicicletas, hasta una goma de camión ¡gigante! Me acuerdo la cara de alegría de Pablito Scorcielo y el Bataraz cuando la largaron rodando por Brown desde las vías del tren hasta el fondo de la canchita. Al otro día y para no ser menos, el Corcho y yo nos aparecimos con otra. En realidad la sacamos del patio de la casa del Corcho, a la hora de la siesta, creo que era del novio de la hermana que laburaba de camionero o algo así. La goma estaba nuevita, buenísima para quemar.
No vayan a creer que la cosa fue fácil de llevar a cabo; hubo algunas peleas. Una fue para decidir en qué lugar hacíamos la fogarata. Las aguas estaban divididas El Tano, el Ciego y yo queríamos armarla justito debajo del foco que estaba en el medio de la intersección, de La Pampa y Brown. Guillermo, el Bataraz y los Scorcielo dijeron que no, que mejor era hacer la pila de gomas enfrente de la entrada de la canchita. Cada bando tenía sus argumentos de peso. Nosotros : Que estaba justo en la bocacalle donde pasaban más autos, que se veía mejor, que si alguna goma se caía de la pila las casas estaban más alejadas y aparte que queríamos ver como se quemaba el foco de la esquina. Ellos: Que la calle era más tranquila para armar el montón, y más que nada, que había que laburar menos, ya que el recorrido desde el fondo del potrero era mucho más cortó.
Como no nos poníamos de acuerdo, votamos, y perdimos. Las gomas irían justo en la entrada de la canchita, en la mitad de la calle Brown, recién asfaltada.
La segunda discusión tuvo que ver con un concepto de ingeniera práctica, o sea, como cornos armar la pila y como la terminábamos. Había opiniones de todo tipo, hasta que al final triunfo el criterio más lógico. También elegimos terminar la torre de gomas poniéndole como estandarte un palo de escoba con un trapo atado en la punta, cual mástil glorioso de navío bucanero de Sandokán.
La tercera fue para elegir quién era el afortunado de prender la pila. Todos queríamos ese honor, pero el que canto “pri” fue Guillermo, ventajeándonos, no nos gustó ni medio, peleamos un poco, pero reglas son reglas, y nos la bancamos. Se había ganado el derecho.
El viernes, antes de San Pedro - ¿no sé por qué siempre San Pedro caía en Sábado?, será cosa de los santos nomas-, hicimos el recuento final para tener un cuadro de situación : Quince cubiertas de bicicletas, Dieciocho de autos enteras , Veinticinco cubiertas rotas o por mitades y ¡ Dos gomas de camión ¡ Total Sesenta gomas. Éxito total y todo un record. Seguro se hablaría por todos los barrios. Además teníamos dos tirantes de obra que le afanamos al ruso Iván, tres botellas con kerosene y un montón de diarios del Atlántico y La Capital
Ya estaba todo decidido. Quedamos en común que el sábado, a las seis de la tarde nos juntábamos en el potrero para armar la pila en la calle: Chau; Nos vemos; Chau. Se fue cada uno para su casa.
A las cinco y media ya estábamos todos en la canchita y empezamos. Entre cuatro levantamos las gomas de camión y las llevamos rodando desde el fondo de la canchita al medio de la calle Brown, para hacer la base de la pila, como habíamos decidido, Después le mandamos las cubiertas enteras. La pila empezó a subir en forma considerable. Cuando paso los dos metros y medio de altura caímos en la cuenta que se nos complicaba la construcción. No teníamos fuerza para revolear las gomas hasta arriba. Así que hubo que designar a un trepador para que, mientras nosotros de abajo le alcanzáramos las cubiertas, el que estaba arriba de la pila las fuera acomodando. Por supuesto que la elección fue sumamente fácil. Lo mandamos al Tano que era el más mono de todos. Se trepo con una agilidad envidiable. Nosotros le entramos a mandar gomas y el las acomodo en la punta, haciendo la pila cada vez más alta. La tarde caía y la pila subía
Cuando pusimos la última cubierta de bicicleta y el Tanito colgó el mástil con el palo de escoba, pegamos el grito de triunfo. La pila de gomas sin encender aun, sobrepasaba los cables de teléfono y de luz, aproximadamente por un metro, y estaba más o menos a quince centímetros de ellos
Los pocos autos que venían por Brown, se las tenía que ingeniar para pasar, sorteando las gomas, que ocupaba más de medio pavimento. Miguelito se encargaba de dirigir el tráfico. Nosotros eufóricos, gritábamos y saltábamos alrededor de la pira de gomas como indios sioux en alguna danza de la lluvia de las películas de John Wayne, o algún ritual funerario vikingo, o un aquelarre. Y eso que aún no la habíamos encendido.
Las vecinas caras de vinagre salieron a la vereda, motivadas por nuestros gritos, y miraban con asombro la torre de gomas que habíamos construido.
Como si fuera la botadura de un barco, sacudo la primera botella de kerosene sobre las cubiertas. El ciego le hace “casita” (para protegerlo del viento) al fosforo Ranchera que el Tano ya había prendido. Guillermo se acerca a los dos con la antorchita de clasificados en alto. Los demás miramos ansiosos, cuando, justo en ese momento una motocicleta con un zorro arriba y atrás un patrullero de la cana dobla a todo lo que da por la calle San Juan hacia nuestra obra.
El desparramo fue impresionante. Salimos rajando todos para todos lados, como hormigas cuando tiras agua caliente en el hormiguero. Yo corrí para el lado de Alberti por la Pampa con Guillermo, los demás se desperdigaron para los cuatro puntos cardinales. En veinte segundos la pila de gomas quedo desierta, la cajita de fósforos tirada en el suelo, los diarios revoloteados por el viento, y las viejas vinagre aplaudiendo a la cana y respirando aliviadas
Al ratito nomas cayó un camión de la Municipalidad con dos hombres de mameluco azul y empezaron a cargar las gomas, hasta las magníficas de camión: la del novio de la hermana del Corcho también se la llevaron y el Corcho tuvo flor de quilombo, creo que no apareció por la canchita por un mes por lo menos
Ese 29 de junio de 1968, fue la primera noche que no hubo fogarata de San Pedro y San Pablo en el barrio, y la última para mí.
Hubiese sido lindo haberla prendido
OR
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