Oscar R. Ruiz

(en algún lugar tengo que poner y mostrar lo que escribo. Hasta ahora, no encontré uno mejor que éste)

El blog de Oscar Ruiz

2/8/23

El relato del mes : La calesita de sus dias

 

LA CALESITA DE SUS DÍAS

                     

                      El avión es un silencio lleno de  respiraciones pesadas, el roce de alguna espalda contra el asiento y el cuchicheo sibilante de varios. Irineo no pudo dormir en toda la noche.  Está nervioso. Los recuerdos van y vienen, se mezclan, le dan continuidad a su vida,  llenan los silencios: La barba negra y el pelo largo, su mujer, con su hijo en brazos  despidiéndolo en la puerta del departamento, sin palabras pero con esa mirada profunda hacia sus ojos, la sonrisa suave y la caricia tibia en su mejilla deseándole suerte. No hubo lágrimas.  El sentir del país que dejaba atrás, la incertidumbre de lo desconocido, el miedo de los que se quedaban. 

                      Se pasa la mano por la mejilla plateada y se acomoda el poco pelo canoso. Entrecierra los ojos en un gesto de agobio y cansancio, apoya sobre la pequeña ventanilla helada, primero la frente,   después, la mano abierta y extendida,  como queriendo tapar el círculo naranja que asoma entre las nubes y hace fuerza por parir un día.  Un nuevo día, cualquiera. Un día más para millones.  Salvo para él.  Irineo está volviendo a su patria, a su ciudad y a su historia.  Para poder terminarla. 

                      Las azafatas van y vienen por el pasillo, verificando que todos estén bien, arrimando alguna manta o apurando el carro con café.  Ahora,  la bonita y morena, con una sonrisa de trabajo  le pregunta  qué desea desayunar.  Pide un café negro y un poco de jugo de naranja.          Demasiada ansiedad.  La distancia le duele tanto como los huesos.  No puede evitar sentirse   un  eco,  en el camino que va dejando atrás,  que se apaga de a poco. Un racimo de barrio que lleva dentro de él y necesita hacerlo florecer otra vez.  Antes  pensaba,  se decía a sí mismo,  se mentía :  No pasará mucho tiempo antes de que vuelva. Ahora sabe que no fue así,  casi treinta años.  Demasiado.

 

 

Ezeiza, a las tres de la madrugada es un conglomerado étnico curioso, rostros dormidos, apurados, alegres por la llegada y el reencuentro o la expectativa del viaje y los lugares desconocidos. Valijas, bultos, voces altas y alegres. Juan llegó tres horas antes de la anunciada para el arribo  del avión.  No pudo dormir en toda la noche.  Está nervioso.  Los pocos recuerdos que tiene de él no alcanzan a completar sus silencios.  Cuando salió del departamento —sin hacer ruido para no despertar a las nenas—   su mujer lo  despidió  en la puerta.  Con una mirada profunda hacia sus ojos, la sonrisa suave y una caricia tibia en su mejilla le deseó suerte. No hicieron falta palabras. 

          Se pasa la mano por la barba tupida y negra, y se acomoda el pelo largo, en un gesto típico, que viene desde años.  Ahora busca un lugar abierto para tomar algo y que el tiempo le pase más rápido. Pide un café negro y un poco de jugo de naranja. Demasiada ansiedad.  No puede evitar pensar en él.  En todos estos años  la distancia entre los dos fue un misterio, un follaje, un barrilete de tristeza.  Antes  pensaba,  se decía a sí mismo,  se mentía :  No pasará mucho tiempo antes de que él vuelva. Ahora sabe que no fue así,  casi treinta años.  Demasiado.

 

 

 

  Se perciben desde lejos, aún antes de traspasar la puerta. Se encuentran y se abrazan.  Al fin se abrazan. De verdad, en carne y hueso. Y en ese abrazo se funden todos los abrazos del exilio.

 

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