DOMINGO EN EL PEPIRÍ GUAZÚ
Fue
sólo una broma, nada más, una broma.
Estábamos
aburridos los dos, el Toto y yo. El molino no seca yerba los domingos, de
manera que no teníamos que ir a cosechar. Habíamos terminado de comer y
tomarnos un par de cervezas, nada del otro mundo. No teníamos nada que hacer. Los
domingos en el pueblo no se puede hacer nada, y menos a la hora de la siesta, mucho calor, no anda
nadie, así que nos fuimos a pescar al
Pepirí.
Que
aunque no pescáramos nada, por lo menos nos pegábamos un chapuzón y nos
refrescábamos. Como hacíamos algunas tardes después del trabajo. Nada más. Un
ratito, nos tirábamos al rio, un par de veces y listo. A la hora del Fernet estábamos en el pueblo de vuelta.
Bueno,
así fue. Agarramos las bicicletas y nos fuimos donde siempre, al recodo del
Pepirí, donde está la barranca de los guatambú
porque el río en ese tramo en más angosto pero más
profundo, y siempre hay algo de pique. Por ahí teníamos suerte y nos veníamos
con algún dorado, para comer a la noche.
El
Toto armaba las cañas y los aparejos, yo buscaba los plomos y encarnaba unos trozos
de bagre amarillo en los anzuelos. Estábamos
en eso, tranquilos, ¿vio?, cuando justo, se tuvo que aparecer la Juana.
Sí, comisario,
la Juana Morales, la misma. Si nadie la
llamó… Si nosotros no queríamos verla. Si no, la hubiéramos invitado a que
venga a bañarse con nosotros, pero no, no la
invitamos.
El Toto
sí la hubiera invitado, y con ganas. Que estaba recaliente con ella... Y ella
con él también. Pero no la invitamos, ella
se tuvo que aparecer, solita, del otro
lado del río, en la otra orilla y hacía
como que no nos veía. ¡Qué no nos va a ver! Si el río ahí es angosto y no hay
tantos árboles. Por más que el Pepirí sea ancho, esa es la parte más angosta y se
ve muy bien de una orilla a otra. Y no había nadie, sólo estábamos nosotros de un lado y la Juana del otro.
La
Juana llegó, y empezó a sacarse el
vestido para meterse en el agua. Y sabía muy bien que nosotros la estábamos
mirando. Como no va a saberlo, si la atorranta nos veía, seguro que nos veía,
porque nosotros no estábamos escondidos, para nada, y ella sabía muy bien que
no la podíamos alcanzar, que el río está profundo en esa parte, sabe comisario,
y la tipa se saca la ropa despacio y se quedó en bombacha y corpiño nada más, y
ya para esa altura el Toto y yo estábamos al palo, cómo no íbamos a estarlo si
la Juana está más buena que el queso de cabra con cayote, y entonces ¿sabe lo qué hizo, comisario ? ¡¿Sabe lo qué
hizo?! Se dio vuelta, nos dio la
espalda, así como estaba en bombacha y corpiño y despacito, muy despacito se desabrochó el corpiño, después dobló el vestido,
y bien doblado lo apoyó en el pasto,
pero no dobló las rodillas para agacharse, no, eso lo haría cualquiera. Ella,
dejó las piernas duras y dobló sólo la parte de arriba, hacia el suelo. Quedó con
el culito parado apuntándonos al Toto y a mí, en bombacha. Y después, sabe qué
hizo después. Se dio vuelta. ¡Se dio vuelta! y nos mostró las tetas, así nomás,
para después meterse en el agua. Pero no lo hizo de un golpe, como nos
tiramos todos, no. Se metió despacito, mientras nosotros dos la mirábamos y
ella sabía muy bien que la estábamos mirando.
Así
que, ahí nomás le dije al Toto
—Vamos
Toto. Esa turra te está buscando.
—¿Y? ¡Qué
querés que hagamos!
—¿Cómo
qué quiero que hagamos? Vamos, crucemos el río –yo sabía muy bien el miedo que el Toto le
tiene al agua, casi tanto como las ganas que le tenía a la Juana.
—Pará
, pará —me dijo— ,que acá el río es muy profundo y con lo que
llovió, se viene con mucha agua desde arriba, de los arroyos. Mirá la
correntada que tiene.
—Qué
carajo me importa Toto. Yo me largo y lo cruzo. No podemos quedar como
pelotudos, no ves que nos está buscando. No te das cuenta que te está buscando
a vos, porque a mí no me pasa ni cinco de bola. Es con vos la cosa.
—Qué
me va a estar buscando. No me bolacees .
—Te
digo que sí, pelotudo. Dale. Yo me tiro.
Tiráte, Toto
—No, esperá
—No
espero nada.
Y me
tiré nomás, hice unas brazadas y desde
el agua le seguía dando manija al Toto.
—Dale
cagón, tiráte
—No
es por eso gil, tengo frío
—Sos
un cagón Toto, sos un cagón. Qué mierda vas a tener frio. Al final a la Juana
me la voy a coger yo, y vos te la perdés.
Te vas a quedar mirando. Gil.
Ahí se puso como loco y no sé de dónde
sacó fuerzas para animarse, pero se tiró nomás. No me dio tiempo a nada. Yo
había llegado casi a la mitad del río, donde la correntada era realmente fuerte.
El Toto, había avanzado unos metros como pudo, a lo perrito, porque con el
miedo al agua nunca había aprendido a nadar bien. Para cuando llegó a donde estaba la parte más
profunda, ya se había cansado, por bracear
mal y respirar peor. Estaba tratando de flotar como podía. Yo casi estaba
llegando a la otra orilla cuando lo vi y pegue la vuelta para agarrarlo y llevarlo conmigo. No me dio tiempo, se entró
a desesperar, y se lo empezó a llevar la correntada, yo no sé si se acalambró, se asustó o qué, pero empezó a mover los brazos en forma
desesperada, la corriente se lo llevaba y el Toto se ponía duro y le hacía
resistencia al agua. Abría la boca, como un dorado peleando por su vida y tragaba tanto aire como agua. Yo le gritaba
que se calme, que se afloje que deje que
la correntada lo lleve para la orilla, o que nade cruzado para salir del medio,
pero nada. No me escuchaba, subía y
bajaba del agua cada vez más rápido,
cada vez mas seguido. Me pedía ayuda a grito puro.
En un momento no lo vi más, se
sumergió, hasta que vi que sacó la cabeza afuera del agua. Nadé con todas mis fuerzas para alcanzarlo, pero
la corriente era fuerte y me lo alejaba cada vez más. De pronto se hundió y a los
pocos segundos volvió a sacar la cabeza afuera. Así se hundió tres veces más y
tres veces más salió a flote. En la cuarta sumergida no lo vi más. Lo perdí. No
salió más. Se lo llevó el Pepirí.
No sé para qué mierda tuvo que venir
la Juana Morales, comisario, no sé para qué mierda. Si estábamos tan bien
pescando nomás.
Le digo que yo no quería, comisario. Le juro
que yo no quería que el Toto se tire,
solo quería saber si era capaz de hacerlo.
Oscar
Ruiz