ALAS DE TANGO (*)
y en un brindis de champagne la sala fue quedando a oscuras
el dia que se baile tango en las calles del amor
cara a cara, ojos cerrados, corazon a corazon "
Alas de Tango – M.Gurevich y Scherman
Un
día te animaste. Tomaste valor y le pediste al Padre de todos, como si fuera lo
más común del mundo.
–¡ Padre! , Quiero bajar a
Buenos Aires . Quiero aprender a bailar
tango.
Y
Él, ante tu asombro dijo que sí. Con su
generosidad no había otra respuesta posible. A pesar del dolor por dejarte ir ,
a vos; uno de sus ángeles predilectos.
Llegaste
una madrugada a Buenos Aires para
recalar en cualquier barrio porteño,
donde salones de baile hay de a dos por cuadra, y empezaste a aprender. Tímidos los primeros pasos como
palotes. Después las figuras vinieron y se vio a lo lejos que habías nacido
para el tango. En las clases las mujeres se peleaban en voz baja para bailar
con vos. Decían que tus pies se movían como si estuvieran separados del piso y
tu marca era tan varonil, pero tan suave al mismo tiempo, que segundos antes de
indicarles el giro, ellas sabían dónde
tenían que ir, o cuando detenerse y flotar en un compás de violín que se les
hacia interminable.
Al
tiempo llegó la noche de tu primera milonga. Nervioso como si fueras cualquier
mortal, te pusiste la mejor colonia que encontraste -aunque no la necesitabas-
y lustraste los zapatos de baile por
cuarta vez. Entraste al salón sintiendo
las miradas de todos sobre tu espalda.
La música inundaba el ambiente y en la penumbra de la pista se
veían algunas parejas bailar, mientras
Pugliese y “Yuyo Verde” se juntaban magistralmente.
No
esperaste mucho, la ansiedad te devoraba, cabeceaste a la primera mujer que viste y al dar los dos primeros pasos en la pista, se acabó
tu miedo. Sentías que las notas y acordes de ese tango que bailabas
construían una alfombra donde te deslizabas con placer y alegría, mientras la música entraba en tu cuerpo
angelical poro a poro. Al rato, como si
estuvieras en la escuela de tango, las mujeres hacían cola para bailar con vos,
y los hombres, ¡los hombres! con envidia oculta y en silencio te miraban de
reojo, admirando tu
apostura, tu elegancia y garbo .
Hasta
que ella llegó a tu lado. Frágil, menuda, pelo negro, piel pálida. Simplemente
te estremeciste al poner tu mano en su espalda, mirarte en sus ojos y percibir
su leve temblor, en una sensación que hasta ese momento era desconocida por
vos. Las primeras notas sonaron. Se congeló el
tiempo, los cuerpos se tensaron y en un acorde inesperado de bandoneón
diste la orden inclinándote hacia adelante para dar el primer paso, y a
partir de ése surgieron un
torbellino de giros, cadenas,
sacadas, ganchos, ochos, boleos y molinetes que se sucedían uno tras otro en una sintonía
perfecta. Era como si siempre hubiesen sido uno y nacidos para bailar.
Estabas
bailando tango. La emoción te embargó de tal manera que sin control alguno de
vos mismo te entregaste a la música, la sensualidad del momento y a esa mujer
desconocida y terrena que tenías entre
tus brazos.
Tus
alas, entonces, se liberaron de los elásticos que las sujetaban y rompiendo la
ropa se desplegaron blancas, inmensas, magníficas, buscando aire y cielo, para dejar a la vista de todos
tu verdad de ángel.
A
los pocos minutos, - como las flores del cardón, efímeras y hermosas – se
despegaron de tu espalda para caer al piso, dejándote aún aferrado a la cintura
de esa mujer, de la cual te enamoraste.
Absolutamente desamparado.
Como
si fueras el primer hombre de la tierra.
(*) Este cuento obtuvo la 2da. Mención de Honor en cuento en el 1er. Certamen del Consejo Municipal de Cultura - Mutual de Trabajadores Municipales del Partido de Gral. Pueyrredón
(*) Este cuento obtuvo la 2da. Mención de Honor en cuento en el 1er. Certamen del Consejo Municipal de Cultura - Mutual de Trabajadores Municipales del Partido de Gral. Pueyrredón