A pesar de los gritos que pego la Matilde, poco,
muy poco, es lo que pudo entender Alberto. El sueño pesado por el cansancio y
el vino barato, no dejan mucha alternativa.
Muy poco, apenas algunas frases como
¡Se nos viene el viento! Los chicos Alberto ¡ Agarrá los chicos! .
Eso sí, cuando una ráfaga huracanada se les
llevó la mitad de la casilla, el frÍo y la lluvia sumado al vozarrón de ella, fue
suficiente para despabilarlo.
Aunque el viento hubiese
sido más débil, el chaperio no hubiera resistido. Estaba agarrado apenas con algunos
clavos oxidados, y los tirantes podridos no ofrecían ninguna resistencia. Igual
que ellos. Pero esta noche el viento no
es más débil, esta noche es más bravo que otras noches, como que no descansa. Se
las agarra con las chapas, las levanta
bien alto, las deja caer y que se doblen
todas, sin esfuerzo, jugando. Como qué dejo de ser nuestro amigo.
En la oscuridad, la
Matilde con ordenes cortas , organiza la retirada del rancho. Alberto lo saca
en brazos a Jonathan, la Matilde se carga
a Brian, el más chiquito y a Mati se lo
lleva la Julieta.
¡Dale Alberto dale! — grita la Matilde — La puta madre, te dije antes de prender el
brasero que el viento iba a hacer desbordar
el arroyo.
Tenía razón, más de
cuatro horas de lluvia y viento del sur,
hicieron su trabajo.
La porquería de las fábricas
y la mierda de las cloacas se mezcla con la tierra. Puro barro. Resbaloso y difícil
para estar en pie. El viento no amaina . Sacude las ramas de los sauces de una manera que dá miedo.
Los dos llevan los chicos a un claro lejos del bajo, cerca
de la ruta, después vuelven al rancho a
tratar de sacar algunas cosas. Alberto agarra
su bicicleta, dos almohadas y algo de ropa. La Matilde sale con una bolsa con
pan y las frazadas. Todo lo demás es ofrenda para el viento o la correntada.
En un rato nos juntamos unos
cincuenta, iguales, mojados y asustados,
somos como una masa sin rostro ni nombre. Sombras. Sombras surcadas por el
viento. Ese viento que siempre fue amigo, que se llevaba los olores de la quema,
o enfriaba las chapas del rancho en enero. Hasta hoy. Esta noche nos castigó
como nunca, desconociéndonos.
Ninguno habla. No hay qué
decir. Esperamos, con los pocos
cacharros que rescatamos, los camiones
de Defensa Civil o de la Muni. Desde acá,
podemos ver, a duras penas, como el agua entra en el rancherío y saca los
colchones al barro. Cuando volvamos los pongo a secar, me dice Alberto, por ahí si
tenemos suerte Servicios Sociales nos dá alguno nuevo. El
frio nos pega duro. Mojados peor.
La ciudad anda con ganas de amanecer. Desde la ruta se
ve clarito como se apagan las luces. Primero,
llega la tele, pero nadie se baja del
auto, hasta que no llegan los
funcionarios de la Muni. Antes de
dejarnos subir al camión, eligen al viejo Suarez, a Yesica y los pibes para
filmarlos y sacarles fotos para el diario. Todos ellos con capas y botas
Pampero, nuevitas. Amarillo rabioso. Los demás, marrón tierra empapada.
Después de esperar un
rato, arrancamos para el Estadio, o
algún colegio grande. ¡Que importa dónde vamos si cualquier lugar es mejor que
este! Esta noche Alberto y los suyos van
a comer y dormir calientes. Gracias al viento. Y eso no es tan malo
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