24/7/12
GRACIAS AL VIENTO
A pesar de los gritos que pego la Matilde, poco, muy poco, es lo que pudo entender Alberto. El sueño pesado por el cansancio y el vino barato, no dejan mucha alternativa. Muy poco, apenas algunas frases como ¡Se nos viene el viento! Los chicos Alberto ¡ Agarrá los chicos! .
Eso sí, cuando una ráfaga huracanada se les llevó la mitad de la casilla, el frÍo y la lluvia sumado al vozarrón de ella, fue suficiente para despabilarlo.
Aunque el viento hubiese sido más débil, el chaperio no hubiera resistido. Estaba agarrado apenas con algunos clavos oxidados, y los tirantes podridos no ofrecían ninguna resistencia. Igual que ellos. Pero esta noche el viento no es más débil, esta noche es más bravo que otras noches, como que no descansa. Se las agarra con las chapas, las levanta bien alto, las deja caer y que se doblen todas, sin esfuerzo, jugando. Como qué dejo de ser nuestro amigo.
En la oscuridad, la Matilde con ordenes cortas , organiza la retirada del rancho. Alberto lo saca en brazos a Jonathan, la Matilde se carga a Brian, el más chiquito y a Mati se lo lleva la Julieta.
¡Dale Alberto dale! — grita la Matilde — La puta madre, te dije antes de prender el brasero que el viento iba a hacer desbordar el arroyo.
Tenía razón, más de cuatro horas de lluvia y viento del sur, hicieron su trabajo.
La porquería de las fábricas y la mierda de las cloacas se mezcla con la tierra. Puro barro. Resbaloso y difícil para estar en pie. El viento no amaina . Sacude las ramas de los sauces de una manera que dá miedo.
Los dos llevan los chicos a un claro lejos del bajo, cerca de la ruta, después vuelven al rancho a tratar de sacar algunas cosas. Alberto agarra su bicicleta, dos almohadas y algo de ropa. La Matilde sale con una bolsa con pan y las frazadas. Todo lo demás es ofrenda para el viento o la correntada.
En un rato nos juntamos unos cincuenta, iguales, mojados y asustados, somos como una masa sin rostro ni nombre. Sombras. Sombras surcadas por el viento. Ese viento que siempre fue amigo, que se llevaba los olores de la quema, o enfriaba las chapas del rancho en enero. Hasta hoy. Esta noche nos castigó como nunca, desconociéndonos.
Ninguno habla. No hay qué decir. Esperamos, con los pocos cacharros que rescatamos, los camiones de Defensa Civil o de la Muni. Desde acá, podemos ver, a duras penas, como el agua entra en el rancherío y saca los colchones al barro. Cuando volvamos los pongo a secar, me dice Alberto, por ahí si tenemos suerte Servicios Sociales nos dá alguno nuevo. El frio nos pega duro. Mojados peor.
La ciudad anda con ganas de amanecer. Desde la ruta se ve clarito como se apagan las luces. Primero, llega la tele, pero nadie se baja del auto, hasta que no llegan los funcionarios de la Muni. Antes de dejarnos subir al camión, eligen al viejo Suarez, a Yesica y los pibes para filmarlos y sacarles fotos para el diario. Todos ellos con capas y botas Pampero, nuevitas. Amarillo rabioso. Los demás, marrón tierra empapada.
Después de esperar un rato, arrancamos para el Estadio, o algún colegio grande. ¡Que importa dónde vamos si cualquier lugar es mejor que este! Esta noche Alberto y los suyos van a comer y dormir calientes. Gracias al viento. Y eso no es tan malo