La realidad suele ser un estimulo muy poderoso para generar historias. Que en un principio parecen mas exageradas, mas tremendas que la propia realidad. Pero el tiempo, siempre se encarga de poner las cosas en su correcta perspectiva .
MAREA NEGRA
Los primeros cuerpos que llegan a las playas son los
de los viejos y los chicos. Llegan sobre el fin del verano. Para ser más específico, los últimos días del
mes de agosto. Flotan. Seres humanos
de tez negra o cetrina. Provienen
de África o de Asia. Hinchados,
putrefactos, con la panza inflada; el cuerpo
mordido y picoteado por peces y
aves. El mar los deposita mansamente
en la arena tibia y blanca, para formar una composición caprichosa
y macabra del taijitu, la forma más
conocida de representar el ying y el yang.
Todos
llegan sin ojos. Los cuencos profundos y
vacíos. En ese hueco negro habita - para quien sepa leerlo - el horror de su historia.
Que
los primeros en morir fueron los viejos y los chicos es algo absolutamente lógico; acorde a la
evolución de las especies donde solo los más fuertes y capaces sobreviven. Aquellos que se
pueden adaptar al medio, más rápido que los demás.
Las
autoridades sanitarias del municipio, proceden a levantar los cadáveres de la
playa y darles sepultura de acuerdo al
rito musulmán, religión mayoritaria en
el país de origen de los muertos.
Después
de la llegada de los viejos y chicos, la
marea deja suavemente sobre la
orilla cuerpos deformes de
hombres y mujeres, con todo el potencial de su vida frustrado. Vidas desperdiciadas inútilmente. Cadáveres que flotan en un mar color negro.
Llegan
las embarcaciones. Embarcaciones de todo tipo, precarias e inestables. Atestadas de tal manera de gente que cuesta explicarse que no se hundan. Se acercan hasta pocos metros de la orilla. Lo
suficiente para que la gente desembarque, tiran algún peso que hace las veces de ancla
improvisada y se quedan en el mismo lugar un par de días, luego vuelven a su pais
de origen a buscar más pasajeros.
Ante
tal avalancha de cuerpos, acude en auxilio el Ministerio de salud, pero ellos
también se ven desbordados, a tal punto que dejan de retirar los muertos de la
playa. Quedan a merced de las fuerzas de la
naturaleza y las alimañas. El aire en las inmediaciones de la costa mutó
el salitre por algo tórrido y nauseabundo.
Los
recién llegados se instalan en la costa, compartiendo el lugar con los cadáveres
de sus compatriotas. Deambulan sin sentido por la arena y las cuevas del lugar sin
saber qué hacer. Como zombis, pero vivos,
sin animarse a dejar las playas; organizándose, tratando de sobrevivir
como pueden, algo en lo que ya tienen
mucha experiencia. Se dan cuenta de que pisan
un continente donde su población está integrado mayoritariamente por ancianos y
los jóvenes están adormecidos por el confort
y la comodidad. Dejan las playas.
Ya son miles. Impera otra vez la ley más
antigua de todas, la ley de la evolución
de las especies donde solo los más fuertes y capaces sobreviven.