TRES PUENTES
Ricardo
Urzi empezó a tener la idea de cruzar el tercer puente aproximadamente a la
edad de veinte años. Demasiado joven para cruzarlo, le decían
todos, ¿para que cruzarlo ahora?, ya llegara el momento. Pero Ricardo no
entendía como los demás podían seguir viviendo como si nada, como si el deseo
reprimido de atravesar ese puente y
descubrir que había del otro lado no fuera lo suficientemente grande e intenso
como para satisfacerlo. Sus amigos, sus
compañeros de trabajo y hasta la que, en
ese momento era su novia no entendían esa urgencia, ese hormigueo, el exagerado impulso por saber que había al final
del puente. Esa misma curiosidad que por un lado impulsaba a Ricardo, al común de la gente de la ciudad le
hacía parecer mucho más alocada la idea.
Porque
los habitantes de Tres Puentes saben que el tercer puente está allí, que lo
pueden cruzar cuando quieran; no tienen
ni apuro ni curiosidad.
Y
los puentes en “Tres Puentes” son imprescindibles. Fundada sobre la parte más
larga y menos ancha de la península, es una
ciudad - gracias a la fuerza de la
geografía- por demás angosta.
Rodeada tanto por derecha como
por izquierda de acantilados profundos
que dan a un mar de aguas siempre tumultuosas, oscuras y heladas. Con
una montaña en las espaldas del Norte impidiendo el paso, y marcando el límite
geográfico con el país vecino, no hay
mucha más alternativa para la ciudad que crecer huyendo hacia el sur, y para
eso es necesario sortear los riachos que bajan de la montaña con agua de
deshielo y que terminan convirtiéndose en tres ríos para atravesar la ciudad, de una manera caprichosa, dividiéndola en
tres sectores claramente definidos, a
los que los lugareños llamaban barrio, cada uno de ellos separados y conectados
por un puente.
Puentes
que - a decir verdad – son bastante
diferentes entre sí, a pesar de estar construidos todos con piedra de la zona y
poseer un estilo de arquitectura romana.
El
primer puente es el más corto y ancho de los tres, no tiene pilotes ni barandas
y su arco está construido con una dovela de piedra lo suficientemente larga para cubrir el vano del rio profundo pero angosto que corre tranquilamente
por debajo de él. Une el barrio más
antiguo al que llaman “el primero” -debido
a que fue el barrio fundacional de la ciudad - con el barrio “del medio”.
El
segundo puente es más largo, alto y abovedado que el primero, tiene
un pilar en el medio, sobre los cuales están montadas las dovelas que encastran
perfectamente entre si, y transmiten toda su carga a los apoyos; permite ver, parado en uno de los extremos, el
otro lado, Tiene una baranda pequeña,
también construida de piedra. Por
debajo de él corre un rio ancho, caudaloso y con muchos rápidos.
El
tercero, el más importante, ubicado en el extremo sur es el
más largo y ancho de los tres. Con una luz importante en sus arcos, y el punto
medio de los mismos muy elevado, no permite alcanzar con la vista el otro
extremo. Está soportado por varios
pilotes, los cuales no se sabe a ciencia
cierta cuantos son, porque la gente de
la ciudad lo cruza en contadas ocasiones, no para visitar parientes, hacer
viajes de negocios o tomarse unas pequeñas vacaciones, sino para irse de la
ciudad buscando otras suertes en algún lugar del país, por eso quienes cruzan,
cualesquiera haya sido esa suerte, no
vuelven a Tres puentes, , los lugareños pierden contacto con
ellos, por eso no se sabe que hay más allá del puente.
A
los treinta años, a pesar de
consolidarse laboral y tener un futuro económico promisorio -había logrado mudarse al barrio del medio,
muy cerca del centro cívico en la parte
más importante de la ciudad –la necesidad de Ricardo por cruzar el tercer
puente se había acrecentado. Buscaba
permanentemente algún contacto, alguna información de alguien que lo
haya cruzado, sin respuesta alguna, hasta por supuesto Intentó un par de veces
hacer el cruce, pero no pudo avanzar más allá de un par de pasos sobre el
puente. A pesar de su curiosidad, y
hacer todo el esfuerzo de que era capaz,
las piernas se agarrotaban y se
convertían en dos columnas imposibles de mover. Ni siquiera llegaba cerca de la
mitad del puente, como para por lo menos alcanzar a ver algo de lo que había en
el extremo opuesto. Después de varios fracasos, abandonó el intento, pero no las ganas.
Poco
antes de cumplir cuarenta años, Ricardo,
se mudó con su esposa Lila, al barrio
nuevo, el último de la ciudad y donde estaba ubicado el tercer puente. Por un tiempo su curiosidad y necesidad por
cruzarlo se calmó. Quizás debido a su reciente y estrenada paternidad: su primer
hija ocupaba todo su tiempo libre y sus
expectativas.
Con
el nacimiento de la segunda hija, la sensación se apaciguó para renovarse cuando nació el tercero.: su primer
y único hijo varón.
En
el cumpleaños de cincuenta, mientras brindaba rodeado de sus amigos y familiares
que le cantaban el feliz cumpleaños, Ricardo pensó que había sobrepasado la
mitad de su vida y aun no conocía lo que había del otro lado del puente y el
tema volvió a instalarse nuevamente en su cabeza, pero esta vez con más fuerza,
para confirmar lo que en su interior siempre sospechó: Que en realidad la
inquietud por saber que había del otro
lado del puente, no desapareció nunca,
solo se adormeció en su mente para acurrucarse en su corazón, esperando el
momento adecuado de volver a salir. Sintió en ese cumpleaños que estaba ahora
tan cerca de poder cruzarlo como nunca antes , solo necesitaba un pequeño
empujón de su fuerza de voluntad, para hacerlo.
No
fue fácil, ese empujón que Ricardo necesitaba le llevo cuatro años más. Al fin
un domingo muy temprano salió a caminar por el barrio, como le había
recomendado su médico, y de alguna
manera consiente o inconsciente se encontró
frente al tercer puente. Estuvo de pie unos cuantos minutos mirando
alternativamente para adelante y hacia atrás, hasta que decidido puso el pie en
la primer piedra del puente y comenzó a caminar, pero esta vez no se detuvo
hasta cruzarlo completamente .