Tarde
ideal para leer un poco, hace frio, llueve y estamos cerca del fin de semana.
Al
contrario que otros meses, donde todo era una duda y una nebulosa indecisa,
para el veinte de agosto ya tenía decidido el relato del mes que subiría en
setiembre. Desde esa fecha sentí la necesidad (por alguna extraña razón que no
pienso cuestionarme ni mucho menos. Desde hace algún tiempo aprendí a aceptar
mis intuiciones y seguir mis pequeños impulsos), de mostrarles un relato que
escribí hace ya un par de años, creo que en 2011 y que está incluido en mi
libro “Pequeños Homenajes”.
Quizás la
muerte me ronda, cosa extraña en el mes en que todo renace y florece, aunque si
lo pienso bien no es tan extraña, ya que
para que algo renazca, previamente debe morir. O quizás es un homenaje a esos
tipos que dedican gran parte de su energía y vida a escribir, esos personajes
tan excelentes como desconocidos que abundan por estos lares. O
quizás solo es una manera muy simple de
demostrar la admiración hacia el ingenio
y la inteligencia de uno de los tipos del
barrio y no es tan desconocido: el Sr.
Alejandro Dolina, vaya uno a saber. Lo que sí sé , es que el relato de este mes
es una obra literaria de tranco corto
pero de largo alcance. Ojala la disfruten al leerla , tanto como hice yó al
escribirla
Hasta el
mes que viene.
EL TRATADO DE
HUMBERTO HALABI
El modesto cartel pegado a
la puerta de la biblioteca barrial,
sobre la avenida Jara —hoja A4 escrita en computadora, letra Arial
72— dice solemnemente: “Hoy 16 Hs. - El Tratado de Humberto Halabi. - Su obra maestra.- Conferencia a cargo de Oscar Ruiz”.
Reconozco que despertó mi
curiosidad de escritor. Jamás había oído hablar, en las reuniones literarias a
las que asisto, de un tal Humberto Halabi, y mucho menos de Oscar Ruiz. Su obra
me resulta desconocida, y eso, en un escritor que se jacta de haber leído a
casi todos los autores latinoamericanos publicados en los últimos diez años es
casi imperdonable.
Cuatro y diez. Tengo tiempo, mi cita es a las siete. Entré.
Salón modesto, no más de veinte o
treinta sillas dispuestas en filas de a cinco, con un escritorio al frente. Me siento en el fondo, sobre el pasillo, por
si el aburrimiento me obliga a irme rápido. Detrás del escritorio, dos hombres sentados. El que habla, está haciendo las
presentaciones del caso. Calvo, sesenta
o sesenta y cinco años, lentes de aumento bastante considerables, un
saco que huele a naftalina y juega permanentemente con una lapicera entre sus
dedos. El otro —el tal Oscar Ruiz— tendrá alrededor de cincuenta y tres ó
cincuenta y cinco años, morocho, barba
canosa tipo candado y regordete. Me llama la atención —para su edad— la falta de canas y el peinado engominado,
totalmente obsoleto en esta época.
Agradeció las palabras del primero
y comenzó la charla :
Buenas tardes. Humberto
Halabi abrazó las letras desde pequeño. No tenía aún veintiún años y ya
contaba en su haber con una extensa lista de composiciones literarias,
que abarcaban prácticamente todos los géneros. Había escrito poesía dramática,
comedia, tragedia, lírica, hasta un sainete y una oda. Utilizó las formas de
sonetos, romances y coplas. Escribió en prosa, libre o pentasílábica. Cuentos y
narraciones, ensayos metafísicos, notas de interés y artículos filosóficos
sobre cuestiones existenciales para el mensuario del club de barrio. Publicó,
con otros escritores, un par de
antologías de mixtura extraña, en lo que fue su mayor logro hasta ese momento.
También y a pedido de los comerciantes
de la cuadra escribía los textos para la
publicidad de los negocios con una prosa florida y en rima que a las vecinas
les encantaba.
El lunes de su cumpleaños
número veintiuno — veinte de Mayo— sentado en el banco de la plaza Peralta Ramos
—su barrio de siempre— Humberto Halabi
cayó en la cuenta, que tenía una gran
materia pendiente. Jamás había escrito
una sola línea, referida a lo más
importante y trascendente que ocurre en la vida de una persona, y el solo hecho
de tomar razón de esa falencia despertó
en él la imperiosa necesidad de subsanarla.
“¡Es
hora de empezar a escribir sobre la muerte! ¡Qué mejor momento para escribir
sobre la parca que cuando uno está lleno de vida! Mejor conocerla y fraternizar con ella.
Tratar de caerle simpático antes de que venga a visitarme. Uno nunca sabe” . Razonó con lógica impecable
Humberto.
Como hombre de acción, entusiasta , esa tarde se abocó a la tarea que él mismo se
había encomendado. Invirtió en un
cuaderno, para dedicarlo exclusivamente a su nueva obra literaria. Comenzó a esperar la inspiración y al ver que
ésta se demoraba, empezó a confeccionar la ficha y escribir las
primeras notas de lo que sería su relato sobre la muerte. Era un escritor muy
profesional con método y
estructura. A partir de ese momento
buscó, recabó y leyó todo lo que encontraba a su paso sobre la temática que iba
a abordar. De esta etapa de su vida
literaria proviene la influencia —innegable— que en él ejercieron los libros y
la manera de escribir del polígrafo
árabe Manuel Mandeb.
A medida que avanzaba el
proceso de creación de su —,hasta ese momento— historia narrativa, se fue consolidando en él
la idea de realizar una obra magnífica y que lo trascendiera . Decidió entonces que en lugar de un simple
cuento que hablara de la parca, escribiría un tratado donde consideraría absolutamente todos los aspectos de la muerte. No sólo eso. Se propuso además que
sería el mejor tratado jamás escrito en toda la existencia de la humanidad.
Eligió, por considerarlo simple y contundente, el título : “Manual de la muerte”. En ese momento y debido a su juventud no se
preocupaba por las cuestiones menores como la edición, impresión, publicación,
comercialización y algunos aspectos
legales. Cuestiones que consideró
superfluas.
Dividió su obra en
tomos, y éstos a su vez
en capítulos acorde a la temática y enfoque que correspondía. Al momento
de su desaparición sabemos fehacientemente que había escrito ocho tomos
totalmente terminados y el noveno estaba en proceso de elaboración.
De más está decir que
semejante obra ciclópea, no encontró editor dispuesto a publicarla completa.
Pocas personas han tenido el privilegio de conocer este tratado en toda su
extensión y magnitud. Después de una
intensa y trabajosa búsqueda contactando vecinos y familiares pude acceder a
ella, en forma parcial, es cierto, pero suficiente para que el mundo pudiera
conocer la valía de su trabajo. Debo
comentar que Humberto Halabi, usaba sólo su cuaderno y su lapicera, luego tipeaba
el mismo sus hojas con su Lexicón 80. Se
resistía empecinadamente a utilizar cualquier medio de almacenamiento o soporte
informático para sus escritos, a
pesar que para los últimos años de su existencia, ya se
habían desarrollado y generalizado.
—¿Y la obra?. Lo interrumpió
a viva voz, una señora mayor, petisita y
canosa, con aire galicio, sentada en la fila cuatro junto a
dos mujeres un poco mayores que ella. Las tres muy arregladitas para la ocasión.
Allí voy, dijo Ruiz (aprovechando la pausa para
beber un sorbo de agua). Sin demora, comentaré los ítems más relevantes
del tratado escrito por Halabi durante
casi sesenta y seis años de su vida.
Del Tomo I del Tratado,
titulado “Las diferentes maneras de morir”, sólo se imprimieron dos ejemplares.
Se supone que fue por donde Halabi
comenzó su titánica obra. La calidad literaria del mismo es un poco
inferior al resto de la obra. Alcanzó a enumerar dos mil doscientos cuarenta y ocho formas
diferentes de morir, con una explicación somera de cada una. Averiguaciones
posteriores me permitieron confirmar que al llegar a este número, Humberto se dio por satisfecho y comenzó lo que, al tiempo se convertiría en el tercer
tomo. En 1970 confesó a su más
entrañable amigo, D. Olina que había descubierto doce maneras nuevas,
que nunca escribió en el Tratado
—Humberto no corregía ni modificaba sus obras. Nunca—. En 1976, urgido
por aspectos económicos menores, —debía comer y pagar la factura de gas—,
vendió a una productora de televisión norteamericana los derechos. La productora
realizó una serie de programas algo bizarros, titulados “Las 1.000 maneras de
morir” de escaso éxito. Con el dinero del anticipo cobrado Halabi imprimió los dos ejemplares del tomo.
El segundo Tomo,
titulado “El tratamiento de la muerte a través de la historia y en las diversas
culturas” es uno de los más
extensos. En él Humberto Halabi se
explaya sobre el trato que se lé dispensó a la muerte tanto en los
distintos periodos históricos como en
las diferentes culturas. Dividió el tomo en capítulos dedicados a las edades -
Prehistoria, Media, etc. – y a las culturas – Precolombinas, Orientales, etc. y
éstas a su vez subdivididas por continente.
Se destaca, por sobre los demás, el capítulo dedicado al tratamiento de la muerte
en el futuro, uno de los más creativos y anticipatorios de toda la obra. Este magnífico tomo, —detalle importante de
mencionar— , se logró imprimir gracias
a colaboración de vecinos, amigos y comerciantes del barrio que
rifaron en Diciembre de 1990, un
lechón asado y una canasta navideña . Con el producido de dicha rifa,
solventaron el costo de la imprenta.
El tercer tomo, sin duda el
más importante de toda la obra, está dedicado a la artes, y precisamente lo
tituló “ La muerte en las artes” En
él, Humberto Halabi desarrolla en
extenso el tratamiento de la parca, a través de diversas expresiones
artísticas, como la Pintura, la
Literatura, la Música, pasando por el Cine, el Teatro y hasta el Relato Deportivo,
actividad que Humberto sin lugar a dudas consideraba un arte. Destaco
especialmente, los textos dedicados al
cineasta Enrique Argenti y su particular manera de representar a la muerte; la famosa Exposición de Olores que el pintor
Lucio Cantini realizó en 1965 donde
logró identificar y reproducir exactamente el olor a la muerte; el magnífico
Héctor Bandarelli, quien en noviembre del año 2001, relató por radio su propia
muerte mientras transmitía la final de Kimberley – Cadetes de San Martín y por supuesto la poesía de Jorge Allen
referente indudable sobre estos tópicos,
junto a los hombres sensibles de Flores.
Este tercer tomo, completo y original, tipeado en la Lexicon
80, estaba en poder del Sr. D. Olina, quien lo facilitó para que saliera a la
luz y se hiciera justicia con la obra de
quien fuera su entrañable amigo.
Por último tenemos al Tomo IV “ Esoterismo y simbología”.
Conociendo la fascinación que Humberto tenía por las ciencias ocultas, es
comprensible la creación de todo un tomo sobre esta temática. Algunos puntos tratados en forma sublime son:
Simbología - ¿Existe algo después de la muerte? - La figura de Caronte en la
divina comedia del Dante - Los chamanes
y los brujos de Chiclana: sus potajes
mágicos - La manzana como vehículo de embrujamiento fatal: El caso de la
Bella durmiente, - Los velorios, la epilepsia, y otros mitos urbanos - Las
cartas del tarot, y otros procesos
adivinatorios . Este tramo del “Manual
de la muerte” fue el más difícil y
trabajoso de reconstruir , sin dudas, y
no precisamente por su carácter oscurantista.
Se debió a que, hubo que recuperar los textos originales que se
encontraban en poder de allegados,
familiares, amigos y afectos de Humberto, hasta poder armar nuevamente los
capítulos . Parece ser que —hombre
aferrado a las cuestiones sociales impuestas—
no podía presentarse en algún acontecimiento al cual lo hubiesen
invitado, cena, cumpleaños, fiestas navideñas, aniversarios, o velorios , sin
llevar un presente, una atención o un regalo. Dada su magra situación económica que no le
permitía ningún tipo de exceso , optó sencillamente por regalar a sus
anfitriones ocasionales los originales escritos con la Lexicon 80.
Los tomos cinco a ocho y
el noveno en proceso no los pude hallar, aunque continúo con el esfuerzo por encontrarlos. Todos los
indicios hacen suponer que todos o gran
parte de ellos han sido destinados a alimentar la salamandra, única forma de calefacción
de que disponía Humberto ante los crudos inviernos que debió soportar en sus
últimos años.
Cuentan los vecinos del barrio de Estación
Norte que una mañana, transcurridos ya del nacimiento de Humberto Halabi ochenta y seis años, ciento cuarenta y ocho días, nueve horas y diez minutos tocaron a la puerta de su modesta casa.
Después de saludarlo, el
visitante lo invitó cordialmente a mostrarle
todo lo que desconocía para poder terminar su manual. Humberto tomó su abrigo marrón espigado y se
fue con él.
Muchas Gracias y buenas
tardes