Oscar R. Ruiz

(en algún lugar tengo que poner y mostrar lo que escribo. Hasta ahora, no encontré uno mejor que éste)

El blog de Oscar Ruiz

15/8/13

El Relato del mes : AGOSTO

Sacarse los entripados,  las cosas de adentro,  siempre es bueno, libera sin dudas. Aunque a veces suele ser un poco difícil, sobre todo si esas cosas están muy profundas o hace mucho tiempo que se guardan en uno . Lo que es seguro es que es mejor soltarlas antes de que se atraganten. Les dejo el relato de este mes, porque hay personas que ...


Algunas cosas, me cuesta decirlas

Rara situación la mía, mi amigo, rara de verdad.
Jamás pude hablar sobre el amor o del amor,  cuando estaba involucrado. Cuando tenía que referirme a “mi” amor. Al que yo sentía .
 Aunque a usted le resulte difícil de creer, no podía pronunciar la palabra amor, o cualquiera de sus derivados, diminutivos o superlativos, y como si fuera poco, tampoco podía, en las situaciones más extremas,  decir cualquier otra palabra que significara algo similar. 
Podía escribir sobre el amor. También podía hablar del amor de otros o entre otros. Si eso sí. Pero no del mío.
Y no quiere decir que no lo sentía.  Al contrario, lo sentía, y lo sentía de una manera bestial.  En mis entrañas, en cada uno de mis huesos, en  todas mis células,  aún en la más recóndita, pequeña y escondida de mi ser.  Así andaba por el mundo, mi amigo, inundado de amor y sin poder decirlo.
Supe de mi rara imposibilidad, una noche de verano allá por  los años  setenta. Recién había cumplido mis primeros  dieciséis  y ella tenía quince. Los dos estábamos  perdidamente enamorados o creíamos estarlo.  En el banco de la placita del barrio mientras nos besábamos en la oscuridad,  ella me pidió : Decime que me amás; que ya hace tiempo que salimos  y que si yo te  amo  y te lo digo vos también tenés que decírmelo, y que… Todas esas cosas que decían las muchachitas  enamoradas cuando nos pedían una confirmación de nuestro amor.  Entonces, mi amigo, en un instante fatal le dije que sí, que yo también la a…  y no pude decir más.
Esa fue la primera vez que la palabra  amor se me atravesó en la garganta, como un hueso de pollo o una espina maldita. Intenté, hice fuerza. Hasta las arcadas. No hubo solución, no pude, no salió ninguna palabra.  Apenas un sonido gutural, lastimoso y patético. Ella entonces desilusionada y con el corazón roto, se fue.  Y allí mismo, en esa plaza de barrio, también por primera vez,  vomité amor.
Intente de todas las formas posibles, pero…no había caso,  no podía pronunciar la palabra amor. Se me atragantaba entre la tráquea y las cuerdas vocales, o entre la faringe  y  la nuez. Se me quedaba atorada ahí, en la garganta, hecha una pelota.
Y el amor atorado, de a poco se secaba, como si fuera un gajo de naranja o de mandarina un poco ácida, un poco seca, que uno mastica, mastica y mastica, le saca todo el jugo que puede pero no la traga, sigue con el gajo dándole vuelta en la boca, para arriba y para abajo, entre los dientes, se le pega al paladar, se convierte en una bola seca, de gusto desagradable. Entonces no queda otro remedio que escupirla, porque ya es intragable.
Bueno mi amigo, siempre fui un tipo educado por demás,  no me permito escupir en público, pero iba al baño y vomitaba. Vomitaba todo el amor atragantado que tenía. Hasta que me sentía vacío, con el estómago revuelto, pero vacío, con dolor, pero vacío. Listo para llenarme de vuelta.
El alivio,  me duraba como mucho una semana. A los siete días, otra vez estaba empachado de amor. Y el ciclo comenzaba nuevamente. Al principio despacio, muy despacio, como una leve molestia estomacal, una pequeña indigestión, como si las milanesas del mediodía me hubieran caído muy pesadas. Pero,   yo  sabía muy bien de qué se trataba, por lo tanto hacía esfuerzos por decir amor, cuando este todavía era chiquito y no hacía falta gritarlo porque se podía pronunciar  hasta en voz baja. Imposible. No emitía ningún sonido, las cuerdas vocales  estaban  inmovilizadas, como si sufrieran de paresia, esa rara enfermedad que le quita fuerza a los músculos.
Los años pasaron. Crecí y entonces los momentos difíciles, llegaron de la mano del sexo. Con la mayoría de las  mujeres (acompañantes ocasionales de una noche o dos) no hubo inconveniente. Con otras fue diferente.
Siempre fui un poco querendón, de manera que con algunas de mis compañeras de cama, en los momentos  en que la sangre bulle y el corazón galopa, bueno, no solamente había pasión e instinto,  había un poco de  amor  o por lo menos cariño.  Y la cosa se tornaba difícil de sujetar;  la concentración  se diluye y uno se deja llevar por el momento, entonces es como que el “Te quiero” o el “Te amo” sale solito, como un susurro que se desliza desde el corazón hasta la boca y de ahí salta al oído de la señorita o señora que está a nuestro lado. Bueno amigo, en esas ocasiones a mí el “Te amo” se me quedaba ahí nomás, cortado, atorado, sin poder salir  y estropeando todo.
Pero, como todo se aprende, de a poco, a fuerza de golpes y fracasos, pude ir llevando  bastante bien mi limitación, y mi vida amorosa transcurría sin mayores sobresaltos. Me ayudaban las poesías, las cartas, las canciones , los ositos de peluche, las tarjetas impresas para cualquier ocasión sentimental, aniversario, cumpleaños, reconciliación , Día de los enamorados, y cualquier otra festividad que tenga que ver con el amor.  A las mujeres de mi vida les decía que las amaba con voz prestada.
Hasta que, fatalmente a los veinticuatro, en una fiesta de amigos comunes, la conocí  a ella.
Entonces sí que la cosa se me complicó en serio. Porque esta vez,  me enamoré mucho y fuerte. Ella no, y me rechazó. Pero yo,  terco y vasco la perseguí casi dos años. Averigüé donde vivía y pasaba como al descuido por su casa, todos los días, para ver si la veía entrar o salir . Me cruzaba en los semáforos a la mañana cuando iba al trabajo, aunque eso implicara que tuviera que madrugar. No desaprovechaba ninguna oportunidad de cumpleaños, fiestas y reuniones de amigos comunes. Donde ella iba, ahí estaba yo. En fin, apelaba a todos los recursos y usaba toda la seducción de que disponía.
Hasta que al fin,  logré mi cometido.  A fin ella se enamoró de mí.  
Entonces me di cuenta: El amor que tenía en el estómago no era como los de siempre, como los otros, como  un gajo de naranja. Para nada. Me daba cuenta por el peso y el malestar, que tendría no menos que el tamaño de una pelota de tenis, y eso, atravesado en mi garganta podía ser mortal.
Me asuste, me entro pánico Mi primera reacción fue tratar de dejar de amarla. Pero por más que lo intenté no pude. No supe cómo hacerlo.
La primera noche que ella me dijo “Te amo”,  sólo atiné, temblando, a sacar de mi billetera, un pedacito de papel, arrugado y que llevaba conmigo desde hacía mucho tiempo. Decía, con la letra mas prolija que había podido hacer  “Yo también te amo”. Se lo entregué. Desde ese momento nuestras vidas quedaron unidas para siempre.
Con los años la pelota me fue creciendo cada vez más. Algunos días sentía que era del tamaño de una pelota  “Pulpo”, pero otros, tenía toda la sensación que tenia dentro mío una número cinco. Por lo qué, instinto de supervivencia mediante, abandoné la idea de siquiera intentar decirle lo que la amaba. Sencillamente me aterrorizaba el solo hecho de pensar en esa pelota de amor, atragantada en mi garganta, asfixiándome.   
Pero, el tiempo hizo su trabajo, su mirada perdió brillo y su alegría se fue apagando. Nunca me dijo nada, pero era muy claro que sentía mi falta de correspondencia a sus declaraciones de amor. Ya no bastaban las cartas, las poesías y los mensajitos escritos con el “Te amo”.  Sabía, desde el fondo de mis tripas que ella necesitaba escuchar de mi boca, con mi voz esas dos palabras simples y completas. Ella no se merecía mi silencio.
Una noche trágica no aguanté más. No tenía ningún derecho a hacerla sufrir.

 Así fue como  un siete de julio, con dolor por dejar mi vida atrás, pero con plena conciencia de mis actos, me suicidé diciéndole ”Te amo”.