Llego el mes de junio, con medio mes transcurrido, es tiempo de saldar mi compromiso enunciado
allá por el mes de enero. Pero antes, un pequeño comentario.
Fui uno de los tantos
pibes que afortunadamente, muy afortunadamente creció bajo el ala fantastica de los comics
mexicanos y nuestros queridos El Tony o Dartagnan conviviendo con superhéroes maravillosos como Superman, Batman, Flash, el
Fantasma, o el gran Nippur de Lagahs a la cabeza y tantos otros.
Ahora con los años me doy cuenta que todos
ellos, independientemente de los poderes que cada uno tenía, (ya fuesen concedidos
por fuerzas totalmente ajenas a nuestro terrenal alcance o producto de una
férrea determinación y exhaustivo entrenamiento), tenían algo en común, algo
que los unificaba, algo que sin que uno se diera cuenta, se nos grababa a fuego y que estaba escondido, oculto, disimulado por esa visible y
constante lucha que llevanba a cabo contra el "mal" personificado en villanos y tipos de la peor calaña.
Los superhéroes, (mis superhéroes) eran totalmente
coherentes en lo que decían y lo que hacían a través del tiempo. Sin importar lo que pasara ellos mantenían una conducta férrea todos sabíamos que podíamos esperar de ellos y ellos cumplían lo que prometían Lisa y llanamente lo que comúnmente nosotros llamamos: Tener palabra
En esta Argentina querida y en este 2013, gente asi (que por suerte la hay ) es casi, casi,
como un superhéroe.
De manera que me permito dedicar el relato de este mes señor Jorge Armani.
Abrazos
MI
ULTIMO DÍA EN NUEVA YORK
Hoy cumplo veinte años y estoy
en Nueva York. Para cualquiera sería un motivo de alegría. Para mí es todo lo
contrario. Estoy solo. Extraño a mis afectos. Me traicionaron y vi derrumbarse mi
vida, tal y como la conocí, en apenas
unos días.
Ahora estoy sentado en este banco, bajo la
nieve de enero, frente a la fuente del parque, mientras las horas pasan, sin
saber cómo seguir, sólo aferrado a mi guitarra como si fuera un ancla salvadora,
tratando de evitar que la desesperación me gane, me inunde, cosa que, de por sí
es bastante difícil.
El tráfico es tremendo. Me levanto. Estoy a
solo diez cuadras del Blue Note Jazz Club, mi bar en Manhattan. Hacia allá voy.
Atravieso a paso vivo el Washington Square
Park, tomo por Mac Douglas hasta la tercera.
Hasta el 131 West. Entro al bar decidido a tomarme todo mi dolor en whisky
barato o hasta que Charly, el cantinero, me eche a la calle por borracho o
falto de crédito.
Apenas abro la puerta, el olor rancio del tabaco atrapado durante meses, me
golpea las fosas nasales. Entrecierro
los ojos, cuesta un poco acostumbrarse a
la penumbra del lugar. Venir de la luz del
medio día y aterrizar en la oscuridad del Blue Note no es fácil. Como siempre y para delicia de mis oídos, la
música del gran Satchmo llena todo el bar y me invita a entrar sin dudar a otro
mundo, de armonías y calor.
Me siento en
la punta de la barra. Apoyo en la banqueta contigua, con mucho cuidado,
mi guitarra y le pido a Charly un whisky
doble.
Me mira sin asombro, como si hubiera estado
seguro de mi derrumbe, de que tan sólo
era una cuestión de tiempo, que había que esperar solamente. Quizás no, quizás,
es tan sólo una sensación mía. Me bajo de un saque el primer trago y pido el
segundo.
―¿Está seguro señor? ―me dice.
―Por supuesto que estoy seguro, Charly. Y ya a esta altura, podés hacerte el amigo. Decirme Jorge, como
todos los ventajeros de Queens. Mejor llená el vaso en silencio. No tengo ganas de hablar.
Armstrong me mira, desde una foto autografiada enmarcada.
A la tercera copa, necesito ir al baño. Camino
erguido y derecho, el whisky aún no me hace tambalear.
Hago lo mío y al salir, en el tiempo que
tarda la puerta del baño en cerrarse, la luz lo ilumina de lleno, permitiéndome distinguirlo. Recién me doy cuenta, en el asiento largo del rincón, contra la
pared hay un tipo.
Los codos apoyados en la mesa. La cabeza
apoyada en los nudillos de sus manos cerradas, está inclinada para adentro. Casi toca con la
pera su pecho. Tiene una actitud de abatimiento total.
No puedo verlo bien, porque lleva una especie
de capucha dura, que le cubre completamente la cabeza y la mitad del rostro, y
además tiene puesta una capa. Lo que sí puedo ver, claramente, por la botella
en su mesa, que me aventaja varias horas y vasos.
El tipo realmente está mal, se lo ve muy
acongojado. Es raro. Está disfrazado de Batman, muy bien disfrazado
debo reconocer. Mirándolo detenidamente no me queda más que aceptar que su
disfraz es perfecto, simplemente perfecto.
La capucha color negro, en la cabeza le cubre media cara y las dos orejas puntiagudas, le dan aspecto de murciélago. Además tiene esa capa, que es imponente.
Ya nada me extraña en esta ciudad. De Nueva York puede esperarse cualquier cosa. Perdí
la cuenta de la cantidad de gente loca
que vi desde que empezó
este mil novecientos ochenta y cuatro, y sólo pasó menos de un mes.
La escena al principio me parece graciosa, encontrar a Batman tomando whisky en un bar
de Nueva York no se ve muy seguido, pero
mirando bien, el hombre murciélago se ve muy mal, abatido, sumido en sus pensamientos y hasta quizás
dolor. Hasta me atrevería a decir que emana de él un halo oscuro y pesado en toda su figura.
Llego a mi lugar y me siento, pero no puedo dejar
de pensar en el pobre tipo. Tomo mi vaso y mi guitarra, le digo a Charly que me lleve la botella a la
mesa. Me acerco y parado a su lado le digo
―La botella suya no da más, amigo, y parece
que lo tiene a mal traer. No me gusta tomar solo. Si no se ofende compartimos la mía, salvo que no quiera estar
con alguien latino, de Argentina más precisamente.
El tipo de la capucha, levanta la vista, los ojos penetrantes parecen de fuego. Me taladran en la oscuridad.
Asiente con la cabeza. Creo ver correr
una lágrima a través de la máscara, pero seguramente debe ser el reflejo de alguna
luz de neón, de alguna de las tantas propagandas
de Budweiser que hay en las paredes del bar.
Me siento en su mesa, presentándome:
―Jorge…
Jorge Maniar, un gusto ―le digo estirando la mano ― ¿y usted es?
―Bruce, Bruce Wayne.
Tomamos nuestros primeros dos vasos en
silencio, entonces me atrevo y le pregunto.
―¿Qué
le pasa amigo, que está tan mal? Y que se lo pregunte yo, ya es mucho decir.
―Remordimiento.
Tan simple como éso. Culpa. Desde que salí
a la calle por primera vez, hace
ya de ésto, varios años, estoy obligado
a un destino de vengador para el cual no tengo pasta. Soy huérfano ¿sabe?,
desde muy chico, mis padres están
muertos y enterrados desde hace años. Para
todos, menos para mí. Me obligan a revivir permanentemente el día de su asesinato.
Revivo su asesinato todos los días de mi vida. Y tengo que buscar venganza.
Debo castigar a toda la escoria de la
sociedad y ya no quiero más de eso. Lucho contra delincuentes de la peor estofa
y les doy su castigo. Siempre. Como sea. Porque así me han hecho. Pero también he
matado gente, y bastantes más de la que usted se imagina. Soy un asesino,
aunque se han ocupado muy bien de ocultar esos hechos. Jamás salieron a la luz.
No da con el perfil y la imagen que tienen determinado para mí. La verdad, amigo, es que ya no puedo con mi culpa y mis
remordimientos. No debería tener esos sentimientos, debería ser duro,
incorruptible, porque así me han creado,
pero algo no funciona, porque me siento mal, muy mal. No puedo mostrar como
soy, mis sentimientos. Hace muchos años que hago lo que no quiero. Alejado de
todo y de todos, viviendo solo con un viejo, en otra ciudad, una ciudad
tenebrosa que no conoce nadie, de nombre horrible: Gotham City…Ciudad Gótica ¿cómo
puede llamarse una ciudad así? ¡Me quiere decir!
Ahora
puedo verlo mejor, no tiene tantos años, a lo sumo cuarenta y cinco, pero está
muy avejentado, a pesar de su cuerpo atlético, aunque ya se le nota una
incipiente panza, quizás de tanto whisky. Le veo muchas cicatrices.
―¿Qué
está haciendo en Nueva York entonces si es de otro lado?
―Vengo
a tomar whisky tranquilo, ésta es una ciudad donde a nadie le importa mucho del
otro, se puede pasar absolutamente desapercibido. Entonces me puedo emborrachar
a mi gusto, no como en Gótica que debo dar el ejemplo. Además aquí están los
mejores psicólogos del país, y yo vengo a ver al mío una vez por mes.
Le lleno la copa, y él sigue hablando, desbordado,
sin esperar una respuesta de mi parte.
―Desde
mi primer trabajo, en mayo del treinta y nueve,
el del Sindicato Químico, ¿vio?, no paré nunca. Llevo cuarenta y cinco
años, peleando, matando gente y encarcelando ladrones y tipos mal paridos, siempre oculto, siempre solo, siempre duro. Ya no doy más.
No tengo muchos argumentos para contestarle, nunca
fui muy bueno hablando , solamente le lleno el vaso de whisky, saco mi guitarra
y toco un blues, triste como nosotros
dos.
Mi música parece gustarle y reanimarlo. De
pronto el encapuchado me dice: ―!Qué bien que toca la guitarra! Tóquese
otra por favor.
Improviso, a veces el alcohol hace maravillas,
y me encuentro tocando una melodía por momentos hermosa y suave, y en otros enérgica y vibrante.
El tipo entonces estira su brazo y de la
oscuridad del asiento, saca un estuche de trompeta, lo abre y empieza a
tocar a la par mía, siguiéndome. Ante mi
total asombro. Me detengo y lo increpo
―!Pero! ¿Y usted desde cuándo, toca la
trompeta? Si éso no se supo nunca.
―¿Cómo dice? ¿Usted realmente, qué sabe de
mi? Qué sabe lo que yo toco o dejo de tocar. O se va a creer todo lo que sale publicado en
las revistas. Yo también tengo una vida, que no es pública, que es solamente
mía, ¿sabe?
Me deja sin respuesta. Charly pone de fondo a
“Rata paseandera”, la versión que está en “El embajador Satch”, grabada
en vivo en 1955. Quizás trata de alegrarnos un poco. Es imposible no tocar
encima, improviso sobre la melodía, él me sigue con su trompeta. Los dos,
hacemos una versión impecable acompañando a
Armstrong. Por un rato la música nos aleja de nuestras penas. Terminamos de tocar y quedamos en silencio. Disfrutando.
Siento que debo despedirme.
―No se preocupe Bruce, está bien que usted
tenga remordimientos por matar gente, pero sabe una cosa: Al paso que vamos como sociedad, matar gente sin tener remordimientos
seguramente será muy popular algún día. Aunque
no esté bien, nada bien. No le extrañe
que usted se convierta en una especie de héroe si ya no lo es, y hasta que
alguien componga un tema en su honor. Un tema que se llame Batman. Además toca muy bien la trompeta.
―Gracias. Usted también es muy bueno en lo
suyo.
Le agradezco. Tomo mi guitarra y salgo del
Blue Note con otro ánimo, diferente al que entre, decidido a regresar a Mar del
Plata..
Después de todo mi viaje quizás no fue totalmente en vano.
Me di el gusto de tocar un tema con Batman en Nueva York. Eso no es poca cosa.
Tras la puerta, la trompeta del genial Sachmo sigue sonando.