Oscar R. Ruiz

(en algún lugar tengo que poner y mostrar lo que escribo. Hasta ahora, no encontré uno mejor que éste)

El blog de Oscar Ruiz

15/6/13

El relato del mes : JUNIO

Llego el mes de junio,  con medio mes transcurrido, es tiempo de saldar mi compromiso enunciado allá por el mes de enero. Pero antes, un pequeño comentario. 
Fui uno de los tantos pibes que afortunadamente, muy afortunadamente creció bajo el ala fantastica de los comics mexicanos y nuestros queridos El Tony  o Dartagnan conviviendo con superhéroes maravillosos como Superman, Batman, Flash, el Fantasma, o  el  gran  Nippur de Lagahs a la cabeza y tantos otros.
Ahora con los años me doy cuenta que todos ellos, independientemente de los poderes que cada uno tenía, (ya fuesen concedidos por fuerzas totalmente ajenas a nuestro terrenal alcance o producto de una férrea determinación y exhaustivo entrenamiento), tenían algo en común, algo que los unificaba, algo que sin que uno se diera cuenta, se nos grababa a fuego y que estaba escondido, oculto, disimulado por esa visible y constante lucha que llevanba a cabo contra  el "mal" personificado en villanos y tipos de la peor calaña.  
Los superhéroes, (mis superhéroes) eran totalmente coherentes en lo que decían y lo que hacían a través del tiempo. Sin importar lo que pasara ellos mantenían una conducta férrea  todos sabíamos que podíamos esperar de ellos y ellos cumplían lo que prometían  Lisa y llanamente lo que comúnmente nosotros llamamos: Tener palabra
En esta Argentina querida y en este 2013, gente asi (que por suerte  la hay ) es casi, casi, como un superhéroe.
De manera que me permito  dedicar el  relato de este mes señor Jorge Armani.
Abrazos

MI ULTIMO DÍA EN NUEVA YORK
                                                                            
Hoy cumplo veinte años y estoy en Nueva York. Para cualquiera sería un motivo de alegría. Para mí es todo lo contrario. Estoy solo. Extraño a mis afectos. Me traicionaron y vi derrumbarse mi vida, tal y como la conocí,  en apenas unos días.  
Ahora estoy sentado en este banco, bajo la nieve de enero, frente a la fuente del parque, mientras las horas pasan, sin saber cómo seguir, sólo aferrado a mi guitarra como si fuera un ancla salvadora, tratando de evitar que la desesperación me gane, me inunde, cosa que, de por sí es bastante difícil.
El tráfico es tremendo. Me levanto. Estoy a solo diez cuadras del Blue Note Jazz Club, mi bar en Manhattan. Hacia allá voy.
Atravieso a paso vivo el Washington Square Park,  tomo por Mac Douglas hasta la tercera. Hasta el 131 West. Entro al bar decidido a tomarme todo mi dolor en whisky barato o hasta que Charly, el cantinero, me eche a la calle por borracho o falto de crédito.
Apenas abro la puerta, el olor  rancio del tabaco atrapado durante meses, me golpea las fosas nasales.  Entrecierro los  ojos, cuesta un poco acostumbrarse a la penumbra del lugar.  Venir de la luz del medio día y aterrizar en la oscuridad del Blue Note  no es fácil.  Como siempre y para delicia de mis oídos, la música del gran Satchmo llena todo el bar y me invita a entrar sin dudar a otro mundo, de armonías y calor.
Me siento en  la punta de la barra. Apoyo en la banqueta contigua, con mucho cuidado, mi guitarra y le pido a Charly  un whisky doble.
Me mira sin asombro, como si hubiera estado seguro de mi  derrumbe, de que tan sólo era una cuestión de tiempo, que había que esperar solamente. Quizás no, quizás, es tan sólo una sensación mía. Me bajo de un saque el primer trago y pido el segundo.
―¿Está seguro señor?  ―me dice.
―Por supuesto que estoy seguro, Charly.  Y ya a esta altura,  podés hacerte el amigo. Decirme Jorge, como todos los ventajeros de Queens. Mejor llená el vaso  en silencio. No tengo ganas de hablar.
Armstrong me mira,  desde una foto autografiada enmarcada.   
A la tercera copa, necesito ir al baño. Camino erguido y derecho, el whisky aún no me hace tambalear.
Hago lo mío y al salir, en el tiempo que tarda la puerta del baño en cerrarse, la luz lo ilumina de lleno,  permitiéndome distinguirlo. Recién me doy cuenta,  en el asiento largo del rincón, contra la pared  hay un tipo.
Los codos apoyados en la mesa. La cabeza apoyada en los nudillos de sus manos cerradas,  está inclinada para adentro. Casi toca con la pera su pecho. Tiene una actitud de abatimiento total.
No puedo verlo bien, porque lleva una especie de capucha dura, que le cubre completamente la cabeza y la mitad del rostro, y además tiene puesta una capa. Lo que sí puedo ver, claramente, por la botella en su mesa, que me aventaja varias horas y vasos.
El tipo realmente está mal, se lo ve muy acongojado. Es  raro.  Está disfrazado de Batman, muy bien disfrazado debo reconocer. Mirándolo detenidamente no me queda más que aceptar que su disfraz es perfecto, simplemente perfecto.  La  capucha  color negro, en la cabeza  le cubre media cara  y las  dos orejas puntiagudas, le dan aspecto de  murciélago. Además tiene esa capa, que es imponente.
Ya nada me extraña en esta ciudad. De  Nueva York puede esperarse cualquier cosa. Perdí la cuenta de  la cantidad de gente loca que vi  desde que  empezó  este mil novecientos ochenta y cuatro, y sólo pasó menos de un mes.
La escena al principio me parece graciosa,  encontrar a Batman tomando whisky en un bar de Nueva York no se ve muy seguido,  pero mirando bien, el hombre murciélago se ve muy mal,  abatido, sumido en sus pensamientos y hasta quizás dolor. Hasta me atrevería a decir que emana de él un  halo oscuro y pesado en toda su figura.
Llego a mi lugar y me siento, pero no puedo dejar de pensar en el pobre tipo. Tomo mi vaso y mi guitarra,  le digo a Charly que me lleve la botella a la mesa.  Me acerco y  parado a su lado le digo
―La botella suya no da más, amigo, y parece que lo tiene a mal traer. No me gusta tomar solo. Si no se ofende  compartimos la mía, salvo que no quiera estar con alguien latino, de Argentina más precisamente.     
El tipo de la capucha, levanta la vista,  los ojos penetrantes  parecen de fuego. Me taladran en la oscuridad. Asiente con la cabeza. Creo ver  correr una lágrima a través de la máscara, pero seguramente debe ser el reflejo de alguna luz de neón,  de alguna de las tantas propagandas de Budweiser que hay en las paredes del bar.
Me siento en su mesa,  presentándome:
      ―Jorge… Jorge Maniar,  un gusto    ―le digo estirando la mano ― ¿y usted es?
      ―Bruce,  Bruce Wayne.
Tomamos nuestros primeros dos vasos en silencio, entonces me atrevo y le pregunto.
      ―¿Qué le pasa amigo, que está tan mal? Y que se lo pregunte yo, ya es mucho decir.
      ―Remordimiento. Tan simple como éso. Culpa. Desde que salí  a la calle por primera vez,  hace ya de ésto, varios años,  estoy obligado a un destino de vengador para el cual no tengo pasta. Soy huérfano ¿sabe?, desde muy chico,  mis padres están muertos y enterrados  desde hace años. Para todos, menos para mí. Me obligan a revivir permanentemente el día de su asesinato. Revivo su asesinato todos los días de mi vida. Y tengo que buscar venganza. Debo castigar a  toda la escoria de la sociedad y ya no quiero más de eso. Lucho contra delincuentes de la peor estofa y les doy su castigo. Siempre. Como sea. Porque así me han hecho. Pero también he matado gente, y bastantes más de la que usted se imagina. Soy un asesino, aunque se han ocupado muy bien de ocultar esos hechos. Jamás salieron a la luz. No da con el perfil y la imagen que tienen determinado para mí.  La verdad, amigo, es  que ya no puedo con mi culpa y mis remordimientos. No debería tener esos sentimientos, debería ser duro, incorruptible,  porque así me han creado, pero algo no funciona, porque me siento mal, muy mal. No puedo mostrar como soy, mis sentimientos. Hace muchos años que hago lo que no quiero. Alejado de todo y de todos, viviendo solo con un viejo, en otra ciudad, una ciudad tenebrosa que no conoce nadie, de nombre horrible: Gotham City…Ciudad Gótica ¿cómo puede llamarse una ciudad así? ¡Me quiere decir!
      Ahora puedo verlo mejor, no tiene tantos años, a lo sumo cuarenta y cinco, pero está muy avejentado, a pesar de su cuerpo atlético, aunque ya se le nota una incipiente panza, quizás de tanto whisky. Le veo muchas cicatrices.
      ―¿Qué está haciendo en Nueva York entonces si es de otro lado?
      ―Vengo a tomar whisky tranquilo, ésta es una ciudad donde a nadie le importa mucho del otro, se puede pasar absolutamente desapercibido. Entonces me puedo emborrachar a mi gusto, no como en Gótica que debo dar el ejemplo. Además aquí están los mejores psicólogos del país, y yo vengo a ver al mío una vez por mes.
Le lleno la copa, y él sigue hablando, desbordado, sin esperar una respuesta de mi parte.
    ―Desde mi primer trabajo, en mayo del treinta y nueve,  el del Sindicato Químico, ¿vio?, no paré nunca. Llevo cuarenta y cinco años, peleando, matando gente y encarcelando ladrones y tipos mal paridos,  siempre oculto, siempre solo, siempre duro.  Ya no doy más.
No tengo muchos argumentos para contestarle, nunca fui muy bueno hablando , solamente le lleno el vaso de whisky, saco mi guitarra  y toco un blues, triste como nosotros dos.
Mi música parece gustarle y reanimarlo. De pronto el encapuchado me dice:                      ―!Qué bien que toca la guitarra! Tóquese otra por favor.
Improviso, a veces el alcohol hace maravillas, y me encuentro tocando una melodía por momentos hermosa y  suave, y en otros  enérgica y vibrante.   
El tipo entonces estira su brazo y de la oscuridad del asiento, saca un estuche de trompeta, lo abre y empieza a tocar  a la par mía, siguiéndome. Ante mi total asombro. Me detengo y lo increpo
―!Pero! ¿Y usted desde cuándo, toca la trompeta? Si éso no se supo nunca.
―¿Cómo dice? ¿Usted realmente, qué sabe de mi? Qué sabe lo que yo toco o dejo de tocar.  O se va a creer todo lo que sale publicado en las revistas. Yo también tengo una vida, que no es pública, que es solamente mía, ¿sabe? 
Me deja sin respuesta. Charly pone de fondo a  “Rata paseandera”,  la versión que está en “El embajador Satch”, grabada en vivo en 1955. Quizás trata de alegrarnos un poco. Es imposible no tocar encima, improviso sobre la melodía, él me sigue con su trompeta. Los dos, hacemos una versión impecable acompañando a  Armstrong. Por un rato la música nos aleja de nuestras penas.  Terminamos de tocar y quedamos en silencio. Disfrutando.
Siento que debo despedirme.
―No se preocupe Bruce, está bien que usted tenga remordimientos por matar gente, pero sabe una cosa: Al paso que  vamos como sociedad, matar gente sin tener remordimientos seguramente será muy popular algún día.  Aunque no esté bien, nada bien.  No le extrañe que usted se convierta en una especie de héroe si ya no lo es, y hasta que alguien componga  un tema en su honor.  Un tema que se llame Batman.  Además toca muy bien la trompeta.
―Gracias. Usted también es muy bueno en lo suyo.
Le agradezco. Tomo mi guitarra y salgo del Blue Note con otro ánimo, diferente al que entre, decidido a regresar a Mar del Plata..
Después de  todo mi viaje quizás no fue totalmente en vano. Me di el gusto de tocar un tema con Batman  en Nueva York. Eso no es poca cosa.

Tras la puerta, la trompeta del genial  Sachmo sigue sonando.