El timbre le indicó que lo llamaban a trabajar después de mucho tiempo. El gordo, a duras penas se levantó del sillón que por meses había soportado su culo apelmazado. En el trayecto hasta la puerta pateó infinidad de botellas vacías de vodka, ceniceros llenos , platos sucios con restos de comida y hasta alguna bombacha abandonada. Hacía meses que no se bañaba y el olor era insoportable. ¡Por lo menos no tengo que afeitarme!, pensó. Se puso ese ridículo traje rojo - gorro incluído – y se subió al trineo que lo esperaba en la puerta.