Mientras calentaba el agua para el mate tomó el pastillero de plástico - ese que tiene siete cajoncitos e iniciales en las tapas - y meticulosamente colocó los remedios uno por uno.
Una sonrisa se dibujo en su boca al ver la calcomanía del “Smile” que su mujer le había pegado en la primer tapita a la izquierda, justo tapando la letra “D”
“Que lo parió, tengo que ir de nuevo a la farmacia”, se dijo a si mismo mientras tiraba en la basura los blister vacíos y cerraba la lata de After Eight, recuerdo del despilfarro importador de los noventa.
Como flechas, dos certezas lo atravesaron. La primera: Ya había pasado un mes. La segunda: Tenía que gastar más de cien pesos en remedios, cosa que lo ponía de muy mal humor.
Desde que se jubiló y a medida que fueron pasando los años, su tacañería se había incrementado, posiblemente en un gesto normal de vejez, recordó a Ingenieros “Si un avaro poseyera al sol, dejaría al universo a oscuras para evitar que su tesoro se gastase”.
Desde el dos mil debía tomar diariamente muchos remedios obligado por un problema coronario. El cuidado de su propia salud nunca fue para él algo importante y a esta altura estaba pagando las consecuencias de algunos excesos y una vida un poco desordenada
Desayunó lo habitual: Tres tostadas de pan negro con queso blanco y mermelada de ciruelas, limpió la tostadora y la guardó, no sin antes ponerle la funda de tela para que no caigan las migas de pan en la alacena, lavo el frasco de mermelada para sacarle el pegote y el cuchillito que había usado y guardó todo en su lugar
La sensación de urgencia conocida, lo inundo al mirar el almanaque y darse cuenta que era jueves. Segundo jueves de mes. Era el día que había establecido, desde hacia dieciocho meses, para dedicárselo a su Señor
Apuró el último mate. Poniéndose la campera, le dio un beso a su mujer y con un “Chau” salió
La calle estaba como todos los días, a pesar de eso, él sintió algo diferente que lo hizo sorprender y detenerse un momento. Miró para todos lados y al no encontrar nada extraño salió. Mientras caminaba hacia la parada del 563 ordeno mentalmente su día: “Primero paso por el taller a buscar las herramientas, después, si me queda tiempo voy a la farmacia. Hoy la prioridad la tiene el Señor”.
Se bajo en la parada de Canesa y caminó las dos cuadras hasta el taller para recoger el bolso, lo abrió y controlo que estuviera todo lo necesario en orden y completo, después volvió sobre sus pasos para tomar el colectivo hacia el centro.
Decidió tomar el 715 que va por la 88. Tenía ganas de campo.
Cargando su bolso subió, pasó la tarjeta, retiro el boleto y fiel a su costumbre le dijo al colectivero ¡Buen Día¡ El joven ni siquiera lo miro, en silencio, inmerso en su mundo de problemas. “Se ve que no está acostumbrado a que le digan buen día ¡Qué trabajo de mierda!” pensó mientras iba al fondo del colectivo buscando algún asiento
No eran mucho más de veinticinco los que iban en el micro cuando tomó la ruta, la ausencia de cemento en colores diversos dejo lugar al pasto verde con el cual se lleno los ojos, pegando la cara a la ventanilla durante cinco minutos al menos. Verdaderamente lo necesitaba, sentía a veces, y esta era una de esas, que la tarea que debía llevar a cabo lo agobiaba un poco.
Como otras veces, ya sea por miedo a flaquear o simplemente para reconfortarse, dijo en voz baja la oración de agradecimiento que hacia meses había confeccionado y memorizado “Señor agradezco tu visita y tus palabras, si no hubieses venido a mi, seria aun una persona egoísta y vacía. El que me hayas permitido ayudar a los demás a que no sufran me permite convertirme día a día en una mejor persona, poder transitar esta etapa de aprendizaje para regresar en la próxima vida mucho mas evolucionado a estar mas cerca de ti. Cumpliré tus pedidos mes a mes, como hasta hoy, gozoso de que me los hayas encargado. No cuestionaré tus decisiones ni tu sabiduría. Solo tú cuando lo consideres adecuado me relevaras de mis obligaciones y entonces… ”
El sonido del celular lo interrumpió, era su mujer para pedirle que de regreso pase por el almacén de Matías y compré queso cremoso que tenía pre-pizzas para la cena. Le dijo “bueno” y de paso:“te quiero y te extraño”, sabía perfectamente bien que a ella esos arranques románticos le alegraban el resto del día
En ese momento, pensó “Entre esta gente está a quien debo ayudar este mes, por alguna razón el Señor lo puso en mi camino”
Comenzó a mirar a los compañeros de viaje, tratando de adivinar a quien de todos ayudaría: sus caras curtidas y tristes reflejaban miles de problemas. Algunos dormitaban cansados seguramente del trajín diario o en el caso de los más jóvenes alguna trasnochada segura. La elección no era fácil
Le llamó la atención un muchacho joven, no más de 19 años, pelo largo, barba rala e incipiente y la capucha del buzo colocada, como se usa ahora, tenía una mirada como perdida y una mueca de tristeza absoluta en la cara que no se conducía con la edad que aparentaba, su ropa no era para nada lujosa pero si estaban limpias y prolijas. Estuvo a punto de elegirlo, pero no se lo permitió, sentía que debía apegarse estrictamente a su método.
Tomo la pequeña libreta del bolso, en la que mes había comenzado a anotar todos los detalles, hasta el más pequeño e insignificante, de lo que hacía cada segundo jueves de mes.
Su nivel de obsesión llegaba al punto tal de escribír las sensaciones y pensamientos que en el transcurso del día le iban aconteciendo.
Tal vez creía que debía dar un informe detallado de sus acciones
Con su libretita en mano, confirmo lo que ya sabía, este mes le tocaba empezar a contar desde el fondo del colectivo y exactamente eso es lo que hizo. Por sus ojos desfilaron los dieciocho pasajeros, hasta que el número diecinueve recayó en una señora de tez morena, petisa, algo regordeta con rasgos bolivianos; llevaba una bolsita de supermercado chino con las pequeñas compras.
Como otras veces a medida que se acercaba el momento de elegir, su pulso se aceleró y comenzaron las palpitaciones, mientras un dolor punzante partía desde su nuca hasta el centro de su cabeza. Sentía como si varias personas se metieran en el, cuchicheando, susurrándole al oído, aconsejándolo, hasta que la voz del Señor se escuchaba nítida, clara y contundente por sobre todas las otras voces.
“Sí, sí es una bolita, ni papeles tiene, le roba el laburo a un argentino en alguna casa que la explota por dos mangos, tiene un montón de pibes que ni debe saber quien es el padre. Algún borracho o alguien que seguro la faja, Seguro, Seguro, los pibes a la buena de Dios , en patas , enfermándose , llevándolos a una salita de mala muerte o al hospital a las 3 de la mañana, que no tienen nada , sin guita para los remedios . Sin nada, ni casa, ni familia, ni trabajo. Sin nada, solo problemas, solo problemas”
Volvió a confiar y mientras apretaba las correas del bolso pensó “No tengo duda, el Señor sabe, el Señor es Sabio”, por un momento las voces callaron.
A la altura del Km. 10 la mujer se levanto. El se paró de prisa y apurando el paso se bajo con ella.
Mientras en silencio caminaba detrás, abrió el bolso para sacar la cuchilla. La victima numero 19 había sido elegida
OR
06//08/2011